Yo he tenido la fantasía,
hace unas semanas, de ir de compras sin
intención de comprar cosa alguna.
Sólo por darme un paseo, para ver
lo que se lleva esta temporada y qué
es lo que busca la gente. Para echar un
vistazo a los productos, comparar precios
y calidades, cotejar promociones. Con
ese propósito he visitado la feria
Expolingua que se organiza cada año
en Madrid. Como quien, de viaje en una
ciudad extraña, entra en el mercado
a curiosear un rato y se fija en los nombres
de los pescados, en la variedad caprichosa
de los encurtidos y en los matices de
color de las frutas y verduras.
En un mercado, a veces sospechamos de
los puestos que encontramos vacíos,
si al lado la gente se agolpa ante otros
que venden lo mismo, huevos, por ejemplo,
o carne. ¿Por qué será?,
nos preguntamos escamados, y acabamos
haciendo cola... Sucede lo mismo cuando
andamos por la calle buscando un restaurante:
¿acaso entramos sin pensárnoslo
dos veces en el que vemos desierto si
un poco más allá hay otros
dos o tres que muestran una gran animación?
Aunque así quizá cometemos
más de una injusticia, porque una
demanda reducida no es siempre señal
de mala calidad.
Lo mismo ocurre con las lenguas y sus
ferias... En Expolingua, el tenderete
de la Universidad Aristóteles de
Tesalónica, en que se informa sobre
su Escuela de Griego Moderno, está
vacío. Y sigue vacío cada
vez que paso por delante, en las dos o
tres vueltas que doy por el pabellón
ferial. Quizá en justa correspondencia
con este desinterés del público
madrileño, el rótulo del
puesto está en inglés -School
of Modern Greek Language, Aristotle University
of Thessaloniki-, y en una tarjeta que
se ofrece como material promocional, el
nombre de la escuela aparece impreso también
en francés y ruso, además
de en griego, pero no en español.
Tampoco veo que se frecuenten mucho los
puestos de la Federación Española
de Esperanto, del centro de estudios árabes
Afaq, de la librería Hebraica...
¿Por qué no interesan? ¿Será
que no regalan cosas, globos, caramelos,
bolígrafos...? Tal vez esas lenguas
no saben venderse, o puede que la competencia
del inglés, el francés,
el alemán y el español resulte
imposible de resistir. Conocer un idioma
no habitual, como consumir algunos productos
exóticos o minoritarios, es fuente
de un cierto prestigio. Además,
puede constituir un importante mérito
en el mundo profesional. Pero también
es verdad que las lenguas acrecientan
su valor con el uso, y que cuantos más
hablantes tienen, cuanto más se
demandan y se utilizan, mayor es su apreciación
en el mercado.
En mi paseo por Expolingua, me detengo
en el grupo de tres puestos que han instalado
la embajada de Polonia, la academia de
Budapest Balassi Bálint y el Instituto
de Lituania. Las muchachas que los atienden
parecen aburridas. De vez en cuando algún
curioso se acerca, hojea un folleto, pide
una pegatina. No sé por qué,
habría esperado uno más
curiosidad por los idiomas de estos países
que están a punto de integrarse
en la Unión Europea. Se me ocurre
pensar que el interés de un pueblo
por las lenguas lejanas podría
tomarse como un indicador más,
bastante certero, de su grado de desarrollo
educativo, cultural y hasta económico.
En el diminuto stand
del Instituto de Lituania (el equivalente
al Instituto Cervantes en España),
se encuentran algunos materiales en español,
sencillos y atractivos. Como un tríptico
sobre el lituano en el que se afirma que
"es la lengua más próxima
al indoeuropeo primigenio", y que
no puede considerarse "una lengua
hermana del latín, sino más
bien su tía mayor". O un marcapáginas
que reproduce un poema de N. Miliauskaité,
Rytas
("La mañana"), traducido
al español por B. Ciplijauskaité,
y que empieza así: "O balsas,
koks velnus / jis tapo: kaip lietus,
/ pernakt niuniaves / tamsoje". ("Qué
tierna se ha vuelto / la voz: como la
lluvia / que estuvo cantando / toda la
noche en la oscuridad").
Lenguas ausentes
y lenguas presentes
Al menos el polaco y el árabe
están presentes en Expolingua,
el primero con su dignísimo estaribel
oficial (tomo el término de Grijelmo),
y el segundo con la honrosa representación
de la academia Afaq, pero ¿qué
hay del resto de lenguas de los principales
grupos de inmigrantes en España?,
¿es que no hay españoles
que quieran aprenderlas?
Ni rastro del chino, para empezar. Un
producto en principio exótico,
pero cada vez menos en nuestro país,
y muy consumido, además, en otras
partes del mundo... Tampoco del rumano
parece haber ninguna muestra, no se ofrece
degustación alguna. Pero recorriendo
uno de los pasillos, entre las casetas,
veo que alguien lleva un periódico
escrito en esta lengua, tomado del puesto
de una empresa de envío de dinero
al extranjero. De modo que el rumano sí
está presente en Expolingua, aunque
sea un poco por casualidad y de esta forma
indirecta, que no se corresponde con su
importancia como lengua extranjera en
España y futuro idioma oficial
de la Unión Europea, ni con su
belleza, hermana de la de las lenguas
romances de la península. Así
que tomo un ejemplar de Român
în Lume ("El rumano
en el mundo"), sólo para comprobar
que se me ha olvidado casi todo el rumano,
el poco rumano, que una vez llegué
a aprender, pero que su música
me sigue cautivando ("Sunt sigura
ca toti turistii care vor veni în
România vor ramâne încântati
de locurile, oamenii, traditiile si istoria
noastra. Sper ca voi convinge cât
multa lume sa vina sa viziteze frumoasa
noastra tara").
Poco portugués también
en el mercadillo, a despecho de nuestra
vecindad con Portugal. Después
de que el año pasado fuera la lengua
invitada de honor de Expolingua, en esta
edición de la feria sólo
hay existencias en el mostrador de la
Universidade Aberta de Portugal. ¿No
es lamentable lo que dice esto de nuestra
raquítica relación cultural,
e incluso diría que afectiva, con
los portugueses? Pero en el mercado de
las lenguas, me va pareciendo a mí,
no hay penas que valgan: cada idioma ocupa
el espacio que le corresponde en función
del interés que suscita en los
hablantes de otras lenguas. Y ese interés
suele proceder de concretos intereses
materiales, de tipo económico,
académico, profesional..., es decir,
del deseo de prosperar de una u otra manera.
Esto es patético, terrible, se
lamentarán unos. Totalmente comprensible,
dirán otros, y no se busquen culpables.
Otros ausentes: el ruso, el japonés,
el turco, el swahili, el hindi... ¡Lenguas
sin importancia alguna, ni económica
ni geoestratégica ni cultural!
¿O simplemente idiomas "fuera
del mercado"? Al menos sin presencia
en esta feria, a la que tampoco ha acudido
la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid
(¿por qué?).
Lo que no falta es inglés, claro;
donde sí se agolpa el público,
sobre todo el juvenil, es en los muchos
puestos de academias de inglés
y de empresas que organizan cursos de
idiomas en el extranjero. Sus carteles
y sus folletos son excelentes, desde luego,
con lustrosas fotografías a todo
color llenas de jóvenes sonrientes
y saludables. El francés también
está bien representado por el Institut
Français y otros centros de estudio.
Entre ellos, Hexagone, que además
de francés organiza cursos de inglés.
¿Quién se inscribirá
en ellos, me pregunto, habiendo casas
especializadas...? Yo tengo un amigo que
nunca compraría un queso en otro
puesto que no fuera el de los quesos y
embutidos. Si lo venden en la carnicería
o se lo ofrece el recovero, ni le presta
atención. Pero a veces el comprador
es caprichoso, ya se sabe, y poco razonable.
¿O tal vez no?
La lengua
catalana, plato principal
El catalán es el producto estrella
de Expolingua este año: la lengua
"invitada de honor". Me acerco
al puesto del Instituto Ramon Llull, donde
una muchacha me va llenando bolsa tras
bolsa de libros, revistas, folletos, caramelos
y unas insignias que dicen "CAT",
hasta que le pido que pare. Un poco más
allá, en el espacio central del
salón, hay otra zona dedicada al
catalán, dominada por el color
naranja, con estantes, unas sillitas ante
una pantalla y grandes paneles en los
que se destacan las bondades del género:
"¿Sabías que el catalán
es la séptima lengua de la Unión
Europea y la novena tras la ampliación?".
Por ejemplo.
Según estas cuentas, en la Unión
ampliada sólo el alemán,
el francés, el inglés, el
italiano, el español, el polaco,
el rumano y el neerlandés tienen
más hablantes que el catalán,
que a su vez supera al griego, el portugués,
el sueco... Pero en esta clasificación
se han contado como hablantes de catalán
a los casi once millones de habitantes
de Cataluña, Comunidad Valenciana
e Islas Baleares, aunque los folletos
precisan que el número de personas
capaces de hablarlo asciende a 7.300.000,
y Portugal cuenta con cerca de diez millones
de ciudadanos, Grecia con diez y medio...
Los folletos, más que invitar
a comprar el producto, parecen esforzarse
sobre todo en describirlo y presentarlo
de manera atractiva. Y no es lo mismo.
El mensaje principal: que se trata de
una "lengua de Europa" o "de
once millones de europeos". Así
formulado, el retrato queda impreciso;
hay que perfilarlo mejor, dotarlo de singularidad.
El catalán, nos dicen, es "un
caso único en Europa", porque
se lo cuenta habitualmente entre las lenguas
minoritarias, pero en realidad se diferencia
de ellas por una buena porción
de razones: su estado jurídico,
su número de hablantes, su "equipamiento
lingüístico" (nivel de
estandarización, recursos lexicográficos...),
su tradición cultural y literaria
y su situación sociolingüística
("no se ha dejado de hablar nunca
y se transmite de manera intergeneracional
con normalidad").
Estas razones bien podrían convencer
a cualquiera... Ahora bien, en los prospectos
la incitación explícita
a adquirir la mercancía se reduce
a un par de preguntas ("¿Quieres
aprenderlo?" y "Aprenderlo es
muy fácil: ¿sabes dónde?")
y a unas listas de los centros en que
se despacha, tanto españoles como
del resto del mundo. Yo no creo tener
mucho espíritu comercial, pero
si fuera el tendero de esta tienda pondría
en mi escaparate, como reclamo, aquella
frase que leí hace mucho tiempo:
el catalán -decía- tiene
la sonoridad de unas piñas crepitando
en una hoguera, y su penetrante perfume
de resina. (O algo así, encontrado
en el Cuaderno
veneciano de Álex Susanna,
quien había tomado la cita, creo,
de otro poeta catalán. Por cierto,
que los poemas de Susanna, director del
Instituto Ramon Llull, también
bastarían para justificar acercarse
a esta lengua: "Hi ha uns dies de
dubte / en què no saps què
posar-te / i surts de casa indecís...").
Texturas,
olores, sabores... y mucha letra impresa
Como mercado, éste de Expolingua
resulta bien curioso, porque lo que en
él se vende no tiene cuerpo tangible
ni se puede oler o saborear. De modo que,
¿cómo exhibir estos productos,
las lenguas?, ¿cómo dárnoslas
a probar?, ¿cómo mostrarnos
sus bondades y convencernos para que las
compremos? Por lo visto, de la misma manera
que en otras ferias comerciales: con un
despliegue abrumador, aunque algo monótono,
de pegatinas, carteles, insignias, bolsas
de plástico, lápices y bolígrafos,
caramelos, globos, camisetas... Pero sobre
todo con folletos, revistas, hojas, tarjetas,
cuadernos y libritos informativos. Con
papel impreso, en suma.
Pero siendo las lenguas, en primera instancia,
realidades sonoras, el visitante de Expolingua
tal vez eche en falta un mayor uso de
recursos audiovisuales. Algunos de los
puestos montados en el recinto ferial
cuentan con ordenadores para mostrar métodos
de enseñanza de idiomas en CD-ROM
o por Internet, pero son los menos. En
la mayoría no de ellos no se ve
una triste pantalla de televisión
o unos auriculares que permitan escuchar
las lenguas que allí se expenden.
Menos mal que el programa de actividades
incluye unas sesiones -"El sabor
del lenguaje"- en las que el Instituto
de Lituania y la Escuela de Griego Moderno
obsequian a los visitantes con una introducción
a sus idiomas, y también habrá
una degustación similar del catalán.
Así que, sobre todo, folletos.
Algunos, más bien pobres de idea
y diseño; otros, de concepción
y factura impecables, casi brillantes:
por ejemplo, el que se reparte en el Goethe-Institut,
ilustrado con grandes fotos en color de
niños y niñas, y que despliega
en sus páginas buenos motivos para
estudiar alemán, apoyados por datos
y ejemplos: aprender alemán "es
útil", "te hace ciudadano
del mundo", "te ayuda en los
negocios", "es el camino hacia
un intercambio científico y cultural",
y "es más fácil de
lo que piensas". Un argumentario
de venta completo, rematado por una astuta
conclusión: "Inglés
lo sabe cualquiera. Con el alemán
eres distinto. ¡Aprende alemán
para ser diferente!". Si no venden
mucho, no será por el folleto.
Servicios
lingüísticos
En el puesto de la empresa Cálamo
y Cran, que se anuncia como el "primer
centro de formación de profesionales
del lenguaje y la edición",
hay para escoger. Cursos de redacción,
de corrección editorial y de estilo,
de edición y de traducción,
constituyen su oferta principal. Este
año su programa de formación
incluye también cursos de escritura
literaria, de Quark y Word, de enseñanza
de español como lengua extranjera
y de propiedad intelectual, además
de otro para aprender a "Trabajar
como freelance"...
¿No es reconfortante, esperanzador,
que existan y prosperen aquí negocios
como éste? Sospecho que en otros
mercados lingüísticos serán
más habituales. En cualquier caso,
el esfuerzo y el crecimiento de Cálamo
y Cran deben de significar que hay clientes
para estos servicios, y que todo lo que
gira en torno a la lengua puede dar dinero.
(¿Cálamo y qué? La
palabra "cran" designa, en el
mundo de la imprenta, la muesca que se
hace en cada letra para que, al componer,
el cajista sepa si ha quedado en la posición
correcta, y no equivocarse en casos como
los de la 'n' y la 'u' o la 'd' y la 'p').
Muestrario
de español para extranjeros
Están por una parte los tinglados
pequeños, los puestecillos modestos
y entrañables, y por otro lado
los almacenes espaciosos y bien surtidos
y los comercios que hacen cada día
mucha caja. Me dirijo a los puestos más
amplios, instalados por grandes empresas,
que he evitado en mi primera vuelta por
la feria. En el de la editorial SM, una
de las encargadas me habla de la edición
renovada de su método de enseñanza
de español como lengua extranjera,
ELE,
que se utiliza -me dice- en una veintena
de centros del Instituto Cervantes.
Al parecer, los profesores de español
como segunda lengua, o los interesados
en dedicarse a esta actividad, integran
uno de los públicos principales
de Expolingua. Acuden atraídos,
entre otras cosas, por el ciclo de seminarios
y conferencias que se organiza cada año
para ellos en el marco de la feria. Que
no todo va a ser comprar y vender: también
tiene que haber tiempo para oír
hablar, por ejemplo, sobre la forma de
diagnosticar y reducir la ansiedad en
el aula de idiomas, sobre los distintos
tipos de interacción oral o la
enseñanza de español a inmigrantes.
O para recibir una explicación
de "cómo mejorar tu vida con
la gramática".
En el puesto de la Fundación Universitaria
Iberoamericana me informo de sus programas
para profesores de ELE, todos ellos impartidos
a distancia. Lo más llamativo es
el hecho de que sea una iniciativa conjunta
de universidades españolas (las
del País Vasco, Vigo y León)
e hispanoamericanas, como la de Gran Colombia,
la peruana de Piura y, en México,
la Veracruzana y la Valle del Bravo. No
es la única oferta de formación
de este tipo en Expolingua. Aunque este
año no ha venido a la feria el
Instituto Cervantes (vaya usted a saber
por qué), sí está
la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo, con sus cursos para profesores
de ELE, y en el puesto del Gobierno navarro
me dan un folleto del diploma de lo mismo
que imparte la Universidad de Navarra.
También algunas de las editoriales
presentes en Expolingua, como Edinumen
y Anaya, organizan seminarios, encuentros
y talleres sobre enseñanza del
español como lengua extranjera.
Los editores del ramo, por cierto, exhiben
en sus muestrarios cada vez más
productos específicos, con los
que quieren satisfacer distintas necesidades
concretas. SM, por ejemplo, presenta una
colección de libros que tratan
las dificultades del español para
hablantes de italiano, francés,
inglés, alemán y portugués
de Brasil. Y en el catálogo de
SGEL se describen, entre otros, métodos
de enseñanza para niños
extranjeros inmigrantes en España
o para profesionales de diferentes sectores:
banca y bolsa, Derecho, secretariado,
comercio exterior, turismo y sanidad.
La editorial Difusión ha elaborado
un catálogo desenfadado y atractivo
en torno a la metáfora de la gastronomía
("una enseñanza de calidad,
como una buena mesa, debe ser variada,
sorprendente, aderezada con experiencias
que rompan la rutina"). Así
vamos conociendo sus productos, entre
los que se encuentran un método
de español para jóvenes
y adolescentes brasileños, Mensajes;
un curso multimedia para el autoaprendizaje
del español, Camille;
y otros "materiales frescos, elaborados
con esmero, probados". Todo ello
aderezado con generosas imágenes
-primeros planos- de los pasillos llenos
de gente del mercado de la Boquería
(la editorial es de Barcelona), una bandeja
de ensaimadas recién hechas o dos
cocineros preparando suculentas rebanadas
de pa
amb tomaca.
Me está entrando un hambre...
Después de dos horas de dar vueltas
por Expolingua (es una feria pequeña,
que no agobia ni aturde, donde no hay
mucho ruido ni hace demasiado calor),
no estoy muy cansado, ¡aunque sí
hambriento! Y el ELE puede ser nutritivo
y hasta delicioso, pero en esta ocasión
los folletos, las palabras, los idiomas,
no parecen haberme alimentado mucho, así
que me encamino a la cafetería
en busca de algo con más enjundia...
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