La calle de don Quijote,
en Madrid, es una calle silenciosa y solitaria,
recoleta, un poco a espaldas del mundo.
Sin comercios ni tráfico apenas,
no ofrece los estímulos ni los
atractivos que suelen considerarse propios
del paisaje urbano, y eso, estando tan
cerca de la comercial y bulliciosa Bravo
Murillo, hace que resalte aún más
su sosiego y su apartamiento. Una calle,
además, que resulta más
bien tristona, destartalada y poco luminosa.
Iba yo por don Quijote hace unos días,
preguntándome si sería la
calle más adecuada para llevar
ese nombre. Pensaba que tanto el caballero
de la triste figura como Cervantes ostentan
la condición de símbolos
de las culturas que se expresan en español,
y aun del propio idioma. Entonces me acordé
de un anuncio que había visto en
el periódico días atrás.
Debió de ser porque en él
se utilizaba como reclamo visual otro
de los iconos emblemáticos de la
lengua española: la letra eñe.
Se trataba de uno de los anuncios de
la campaña publicitaria con la
que la compañía aérea
Iberia está celebrando su 75º
aniversario. Latinoamérica.
Más de 500 años unidos por
una lengua. Los últimos 75, por
una línea aérea,
decía el texto, y la imagen mostraba
a un bebé desnudo, plácidamente
dormido sobre la tilde de una gran eñe
minúscula. Es
natural, continuaba Iberia, que
seamos la línea aérea que
mejor se entiende con el nuevo mundo y
la que más conexiones tenga entre
Europa y Latinoamérica: 300 vuelos
semanales a 22 destinos. Y es natural,
también, que el servicio, la cordialidad,
la puntualidad y la atención la
entendamos como nuestros clientes. Es
que nos une el mismo idioma... desde hace
500 años. Y desde hace 75, nos
une más la misma línea aérea,
una de las mayores del mundo: Iberia.
Calle de don Quijote adelante, recordé
que leyendo el anuncio me había
divertido reparar en sus dos anacolutos,
por haberlos encontrado en un texto cuyo
razonamiento publicitario se basaba precisamente
en la lengua. Es natural que seamos
la línea aérea que mejor
se entiende
... y la que más conexiones tenga...,
rezaba el anuncio, en lugar de la
que más conexiones tiene.
Y también decía: es
natural ... que el servicio, la cordialidad,
la puntualidad y la atención la
entendamos..., cuando habría
debido decir los
entendamos.
Pero al margen de eso, se imponía
una pregunta: ¿500 años
unidos por una lengua? Me acordé
de lo que afirmaba Juan Ramón Lodares
en una entrevista reciente: cuando se
produjo la independencia de América,
dos de cada tres hispanoamericanos no
hablaban español. En su último
ensayo -Lengua
y patria-, que yo había
leído hacía poco, el profesor
de la Universidad Autónoma de Madrid
explicaba que la extensión del
español en América fue obra
de las repúblicas independientes
y de la emigración masiva de los
siglos XIX y XX, porque antes el Imperio
colonial, con su afán evangelizador
y su particular sistema de explotación
económica, no había tenido
mucho interés más
bien todo lo contrario- en promover una
comunidad lingüística en español
[1].
Bajando por la calle de don Quijote,
recordé que esa era una tesis que
ya había desarrollado Lodares por
extenso en su libro anterior, Gente
de Cervantes: Historia humana del
idioma español, en cuya cubierta,
por cierto, también se recurría
a la letra emblemática: una composición
fotográfica mostraba en ella a
una multitud de personas sonrientes, y
de muy variados rasgos y colores de piel,
agrupadas de manera que conformaban una
inmensa eñe mayúscula [2].
Así que el anuncio de Iberia exageraba
un poco, al hablar de forma tan rotunda
de una unión lingüística
supuestamente lograda ya desde la misma
llegada de las primeras carabelas a América.
Ahora bien, el tópico del
español como idioma común
de España y los países hispanoamericanos
responde a una realidad, pensaba
yo mientras caminaba, y no creo
que se le pueda negar a Iberia el haber
contribuido y seguir contribuyendo a que
lo sea, aunque no resultaría fácil
precisar en qué medida. Porque
una comunidad lingüística
supongo que se afianza, entre otras cosas,
en unas comunicaciones intensas y fluidas
que difundan y den a conocer las variedades
de la lengua, que faciliten el movimiento
de sus hablantes, que permitan el tráfico
de palabras y el intercambio de ideas,
el cultivo y el desarrollo de los vínculos
y los intereses comunes, que son los que
hacen necesario un código lingüístico
compartido.
Y entonces me acordé también
de mi amiga Paula, que además de
paisajista es azafata de Iberia, y que
en los últimos meses había
volado, que yo recordase al menos, a Buenos
Aires, a Caracas, a Miami, a México
y a La Habana, es decir, a varios de los
destinos principales en América
de la compañía aérea.
Luego, volviendo a lo de antes, se me
vino a la cabeza la última reseña
que había firmado Lodares en El
Cultural: la del libro póstumo
del lingüista Manuel Alvar, una recopilación
de artículos titulada Español
en dos mundos. Porque ahí
también se dice que 1810,
fecha inicial de las independencias hispanoamericanas
... es el comienzo de una difusión
del español como nunca se había
supuesto [3].
Así, absorto en estas cosas, llegué
al cruce con la calle Jaén. Y allí
me sorprendió, por el curso americano
que iban siguiendo mis pensamientos, y
en medio del Madrid que venía atravesando,
tan... madrileño (es decir, más
bien feúcho, pobretón y
sin mucho carácter), allí
me sorprendió, decía, el
nombre del bar que ocupaba una de las
esquinas, escrito con letras bien grandotas:
Mi Huanchaco
querido. De modo que en el corazón
del castizo barrio de Cuatro Caminos,
donde desde hace años viven muchísimos
inmigrantes latinoamericanos, justo en
el cruce de don Quijote con Jaén
tenía instalado su negocio un hijo
de los totorales de la costa peruana,
que no se había resistido a proclamar
de esa manera, a quien quisiera darse
por enterado, su amor y su nostalgia por
el suelo nativo...[4]
Y no sé por qué aquello
me pareció algo muy cervantino,
quizá como son cervantinos siempre
de algún modo el silencio, la modestia,
la pobreza y las historias de emigrantes.
Pero mi paseo por la calle de don Quijote,
hace unos días, iba a terminar
con otra sorpresa, también muy
cervantina, y que le agradecí mentalmente
a la fantasía literaria de no sé
qué alcalde pasado de la ciudad.
Porque después de tomarme un café
en Mi
Huanchaco querido, evocando algún
que otro viaje imaginario al Perú,
seguí por Jaén camino de
Bravo Murillo, y a los pocos pasos me
encontré cruzando la calle de...
¡Dulcinea!
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Notas
[1]
Lodares, Juan Ramón, Lengua
y Patria,
Taurus, Madrid, 2002. ISBN 84-306-0453-7.
[2]
Lodares, Juan Ramón, Gente
de Cervantes: historia humana del idioma
español, Taurus, Madrid,
2001. ISBN 84-306-0423-5. Puede verse
la ilustración de esa cubierta
en la página web que le dedica
al libro la editorial (http://www.taurus.santillana.es/scripts/taurus/obras/obras.asp?COD_SQ_OBRA=761&sctn=nove)
y también, por ejemplo, en la reseña
que de él escribió el periodista
mexicano Germán de la Dehesa en
Esmas, con el título de La
suerte del español: http://www.esmas.com/germandehesa/indice/in_biblio/historial/libro56.html
[3]
Alvar, Manuel, Español
en dos mundos, Temas de Hoy, Madrid,
2002, p. 113. ISBN 84-8460-1772-2. Un
mínimo homenaje personal a Alvar,
poco después de su muerte el pasado
mes de julio, puede verse en Verano
del español, en Cuaderno
de lengua: crónicas personales
del idioma español, n.º
2, 10 de septiembre de 2001. En http://cuadernodelengua.com/cuaderno2.htm
[4]
Información sobre Huanchaco en
http://www.huanchaco.net
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