Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español

n.º 34, 21 de diciembre de 2004. Majadahonda (Madrid)

La imagen de la lengua española según Juan Ramón Lodares

(entrevista en exclusiva con el autor de Gente de Cervantes y El porvenir del español)


Victoriano Colodrón Denis
 
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En el debate público sobre la lengua española y las lenguas de España, ha irrumpido con fuerza hace unos años Juan Ramón Lodares (Madrid, 1959), ofreciendo el espectáculo fascinante del especialista que sale a la palestra desde su rincón universitario y despliega ante el personal las muchas cosas que tenía que decir. Que resulta que no eran los datos y las minucias eruditas en las que a veces se agota, y se agosta, el trabajo académico, sino una serie bien articulada y muy amena de razones, ideas e historias para explicar nuestra realidad lingüística, desfacer falacias y prejuicios en torno a las lenguas y descubrir las motivaciones ocultas que las sustentan.

Y todo ello lo ha hecho en tres libros publicados en tres años sucesivos (todos ellos en la editorial Taurus), en los que revela las falsedades que se quieren imponer acerca del laberinto lingüístico español (El paraíso políglota, 2000), recorre la historia de la lengua española y de sus hablantes (Gente de Cervante, 2001) y disecciona los intríngulis y las miserias del nacionalismo lingüístico en España (Lengua y patria, 2002). La semana pasada, Lodares atendió esta entrevista sobre la imagen de la lengua en su despacho del departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor.

En varios artículos de prensa recientes se refiere usted a la cuestión de la imagen del español...
Sí, es un asunto más importante de lo que se piensa. Le dedico un capítulo en mi último libro, que se titula El porvenir del español y que aparecerá el próximo mes de enero. El libro expone las raíces de la difusión internacional de la lengua española en los dos últimos siglos, para después repasar las tendencias sociales, económicas, políticas y culturales que pueden tener influencia en su futuro en distintas partes del mundo. Incluso aventuro cómo será la evolución del idioma y formulo estrategias posibles, propuestas de acción. Respecto a la imagen del español, está claro que los procesos de globalización, de mundialización, le han ido dando una importancia creciente al concepto de “Estado marca”. La imagen de los países está cada vez más asociada a determinados productos, y la lengua es uno de ellos. Esto lo han comprendido muchos países, en los que existen distintas instituciones dedicadas a promover en el mundo su “marca”. También en España hay organismos similares –el Real Instituto Elcano o la Fundación Carolina- que trabajan en pro de una imagen de prestigio de España y lo español.

Usted ha escrito hace poco que los países hispanohablantes son “aficionados a proyectar una imagen de sí mismos que va de lo pintoresco a lo caótico”, y que esto influye en la concepción que los otros tienen de nuestra lengua, “a la que ven como un idioma, en el fondo, insustancial”. ¿Los hispanos nos recreamos en lo peor de nuestra lengua y nuestra cultura?
Sí, yo creo que sí... Basta con que demos un repaso rápido a la presencia del mundo hispánico en la prensa internacional. No sé, cojamos el Times o el Wall Street Journal: siempre que encontramos algo sobre un país hispanohablante tiene que ver con la pobreza, con golpes de estado, guerrillas, terremotos... Pero es que estos propios países parecen tener cierto regusto en mostrar todo eso. Por ejemplo, cuando sucedió la rebelión zapatista en México, era lo único que reflejaban los medios. O qué decir de Castro, un personaje absolutamente impresentable. ¿Es que sólo hay eso, ese tipo de cosas que mostrar? ¿Por qué hay que destacar siempre lo tercermundista?

En Gente de Cervantes usted afirma que los bajos índices de desarrollo humano son “el talón de Aquiles del mundo hispanohablante” y que esto “le resta atractivo a su lengua y representación en el mundo a quienes la hablan”. Pero esa realidad y el hecho de que el español no sea la lengua de ninguna superpotencia, ¿no pueden hacerlo simpático para muchas otras personas?
No, no lo creo. Bueno, quizá sí entre pequeños grupos de personas que no forman masa crítica suficiente, pero en general no. Mire, tenemos ya muy buenos análisis de los motivos por los que se estudian lenguas distintas de la propia, y en los últimos lugares siempre aparecen los sentimentales y culturales. Casi nadie estudia inglés para leer a Shakespeare o por el gusto de disfrutar del paisaje de la campiña inglesa. En esta cuestión, lo que pesa más son los “índices de provecho”, los motivos prácticos: encontrar trabajo, hacer negocios, poder comunicarse con más gente, viajar...

Según Javier Noya, investigador del Real Instituto Elcano, la política exterior española difunde la imagen de una cultura orientada hacia el pasado, estética, elitista y de carácter humanístico. Por el contrario, la cultura que potencian otros países está volcada hacia el futuro, se concibe en un sentido amplio y es de signo científico-tecnológico. Es el caso del Reino Unido a través del British Council, que facilita en su página web el debate entre estudiantes de inglés de todo el mundo sobre cuestiones como ecología, derechos humanos, tecnologías de la información...
Esto está relacionado con lo que le decía antes. Por un lado están las motivaciones para estudiar otra lengua que yo llamo “sólidas” y por otra parte están las motivaciones “gaseosas”. Estas últimas son las que remiten a lo que tradicionalmente llamamos cultura, a la cultura de prestigio, mientras que entre las primeras se podría incluir la posibilidad de hablar en una determinada lengua sobre asuntos de actualidad y de interés real para la gente, como los que acaba de citar. De todas formas, lo que hay que hacer es complementar el prestigio que le puede dar a la lengua la “alta cultura” con otras modalidades de la cultura masiva muy importantes, como son el cine, la música y el deporte, de las que hablo en El porvenir del español . Por ejemplo, no me cabe duda de que el Real Madrid tiene mucha más influencia en la difusión del español que muchos departamentos universitarios. La victoria de Moyá y sus compañeros en la Copa Davis, los éxitos del deporte español en balonmano o el fútbol... son muy importantes porque confieren una buena reputación a algo que va asociado a nuestra lengua.

Ha mencionado también la música...
Sí. Le contaré una anécdota que ya se ha repetido varias veces en esta Universidad. Resulta que hay profesores de aquí que van a enseñar español a Camerún, y les sucede siempre que al principio las aulas están llenas, pero luego, a medida que avanzan los cursos, los estudiantes abandonan las clases decepcionados porque se encuentran con que allí se les enseña gramática, lengua, cuando lo que ellos se esperaban al ver anunciados los cursos de español era... música. “¿Pero es que esto no es un cursillo de música latina”?, preguntan defraudados... Pues bien, eso, esa fuerza de la música que se hace en nuestro idioma, hay que aprovecharla.

Juan Ramón Lodares -frente amplia, el pelo peinado hacia atrás en una corta melena- viste una cazadora de cuero marrón en esta fría mañana de diciembre, incluso dentro del despacho en el que se desarrolla la entrevista. Al hablar, busca siempre el dato, la referencia o la anécdota apropiadas, así como la expresión justa que las traiga a la charla, y para ello interrumpe a veces un momento el hilo del discurso y desvía la mirada al techo o a una pared. Por lo demás, su conversación, las sonrisas con las que acompaña sus comentarios irónicos y hasta su propio aspecto físico (es moreno, delgado, fibroso) recuerdan la prosa de sus libros y artículos, toda fibra y nervio, sin un gramo de grasa, una prosa ágil y efectiva, muy amena, salpicada de historias, anécdotas, imágenes y sentido del humor.

“Hay que hacer atractiva la lingüística”, dice. Y él lo ha logrado con esa escritura práctica y vigorosa con la que ha defendido la tesis de que la creación de grandes lenguas compartidas por muchos hablantes es inevitable cuando se intensifican los contactos y la comunicación entre los pueblos, y con la que ha criticado las manipulaciones lingüísticas de los nacionalistas de toda clase. Ello le ha servido para granjearse el interés y la admiración de muchos lectores, pero también cierta fama de polemista impenitente, feroces ataques desde muy distintas filas y una variada colección de curiosos epítetos, tales como “españolista”, “jacobino de izquierdas” o ¡“amigo de Aznar”!.

Hace unos años, el entonces director del Instituto Cervantes, el marqués de Tamarón, anunció que este organismo iba a intentar enfriar la lengua española, que a su juicio adolecía de una imagen demasiado caliente . Él pensaba que al español se lo ve como una lengua dionisíaca y de pathos, y que eso había que compensarlo difundiendo su lado apolíneo y su validez para el logos...
Tenía razón el marqués de Tamarón, sí, sin duda. En relación con eso, es muy curiosa la imagen sexy que tiene la lengua española en Estados Unidos...

... ¿Sexy”?
Sí, sexy , caliente, como decía Tamarón. Ahí entran muchas cosas, Jennifer López..., ya sabe. De todas maneras, el objetivo de enfriar la lengua española no está reñido con los buenos resultados que puede dar la explotación de la música, el cine o el deporte. Lo que sí está claro es que la imagen del español es muy mejorable, que está necesitado de ganar prestigio y que para ello hay que aprovechar todos los recursos posibles. La tauromaquia, por ejemplo, los toros, que pueden parecer un tópico más, no dejan de ser un arte cuyo “lado culto” se puede explotar a escala internacional. Es verdad lo que decía Ortega de que Andalucía ha sido el escaparate de España, pero pienso que también el flamenco es muy aprovechable. Eso sí, no difundiendo cosas como la Pantoja, sino a Camarón. En suma, que hay que poner el español en el escaparate de los productos “cultos” y también en el de los “populares”.

Muchos especialistas han destacado el importante papel de los culebrones televisivos en relación con la unidad del español, porque ayudan a difundir en todo el territorio hispanohablante variedades particulares de determinados países o regiones. ¿Es igual de positiva la contribución de las telenovelas a la imagen internacional de la lengua española?
Bueno, no, yo creo que no, que la imagen que dan no es buena, la verdad. Lo que pasa es que los culebrones no salen mucho del ámbito hispánico, ¿no?, se ven sobre todo en los propios países hispanohablantes, así que no tienen mucha influencia en cómo se percibe nuestra lengua en otros países. Ahora bien, también hay otras series de televisión que son atractivas y dignas, beneficiosas para la reputación del idioma. En Estados Unidos hay algunas muy bien hechas, por ejemplo ésa que protagoniza una familia cubana en Miami..., cómo se llama..., ésa en la que también sale un personaje mexicano...

... Los Beltrán...
Sí, ésa, Los Beltrán [1].

¿Los congresos internacionales de la lengua como el que se reunió el mes pasado en Rosario, en Argentina, tienen algún valor en relación con este asunto de la imagen de la lengua?
Sí, por supuesto, yo creo que todo lo que ayude a prestigiar la lengua es positivo, y el Congreso de la Lengua de Rosario, en ese sentido, ha sido muy positivo, al margen de sus elementos protocolarios y festivos.

Hablemos de la idea que tienen del español determinados grupos de hablantes. ¿Qué piensa, por ejemplo, del rechazo que suscita en algunos catalanes y vascos, que la consideran una lengua ajena e impuesta?
Es una idea que, más que ser una realidad popular, está inducida por una determinada propaganda política. Yo creo que todo ese intenso trabajo propagandístico y demagógico realizado por los nacionalismos no acaba de calar entre la gente. En todo caso, se trata de una imagen moderna, muy reciente, que apenas tiene cuarenta o cincuenta años.

¿Y qué opina de la percepción del español por parte de algunos hispanos de Estados Unidos, que tal vez lo asocian a sus precarias condiciones de vida y buscan dejarlo atrás, cambiándolo por el inglés?
En realidad no puede hacerse un análisis de los hispanos de Estados Unidos como si fueran un todo, porque hay muchas diferencias entre las distintas comunidades según su procedencia y el lugar en que se han asentado. Entre ellos no hay un sentimiento de comunidad ni tienen la lengua como signo de su unidad. Además, hay muchas diferencias. Los cubanos de Miami, por ejemplo, mantienen el español, pero ese orgullo lingüístico no es tan habitual en otras comunidades. Es normal que los inmigrantes mexicanos en situaciones precarias empiecen a asociar su lengua a la pobreza que padecen y quieran pasarse cuanto antes al inglés.

¿No sería necesario mejorar la idea que tienen esos hispanohablantes del español, prestigiarlo a sus ojos?
Yo creo que, más que entre los propios hispanohablantes, sería importante mejorar la imagen del español entre los anglohablantes, para que no lo vean como una lengua exclusiva de taxistas, camareros, mozos... Y eso en parte ya se está consiguiendo. En sitios como Utah, con una población inmigrante de origen hispano pequeña, más del noventa por ciento de los estudiantes elige el español por razones prácticas.

Se ha referido usted alguna vez a la importancia que en términos de imagen tiene la enseñanza de español a extranjeros en España.
Sí, la importancia desde ese punto de vista de lo que ha dado en llamarse “turismo idiomático” es muy grande. Los que vienen a practicar ese tipo de turismo son personas jóvenes y cultas, que no buscan el tópico de “sol, paella y playa”, y que suelen llevarse una imagen excelente del país. En un viaje reciente a Londres vi en la calle un anuncio de una agencia de viajes que decía: “Spain: sun, sex and cheap wine”, “sol, sexo y vino barato”. Quienes vienen a estudiar español buscan otra cosa, claro. Y además son una fuente considerable de beneficios económicos: en España suponen quinientos millones de euros al año. Yo creo que el auge de los nacionalismos y los indigenismos en el ámbito del español constituye una grave amenaza a esta rentabilidad económica de la lengua. Fíjese en los mensajes confusos que a veces envía España al exterior, como ha sucedido con la reciente polémica sobre el catalán y el valenciano y los textos de la Constitución Europea que el Gobierno español ha presentado en varias lenguas a la Unión. Los mensajes claros son los de unidad, mientras que los mensajes de pluralidad lingüística pueden perjudicar al mercado de estudiantes del español y a la propia imagen de la lengua.

Para terminar, sería interesante recapitular por qué es importante la imagen de una lengua, y en concreto la del español.
Si la lengua española quiere competir en el mercado internacional de la enseñanza de segundas lenguas, tiene que tener una buena imagen. Sólo así podrá abrir nuevos mercados y mantenerlos. Porque se trata no sólo de mejorar la reputación del idioma allí donde es claramente mejorable, sino también de llevarla adonde todavía no existe. El español tiene que instalarse en los ámbitos de prestigio cultural y político, y así aumentar su peso internacional en el futuro.

 


Notas

* Sobre esta cuestión de la imagen de la lengua española, ver también "Una lengua simpática: tertulia sobre la imagen del español", en Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español, n.º 10, 2 de septiembre de 2002, http://cuadernodelengua.com/cuaderno10.htm.

[1] Ver "Los Beltrán, televisión panhispánica, y Rafael Lapesa", en "Diez postales de verano sobre el español" (Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español, n.º 20, 27 de agosto de 2003, http://cuadernodelengua.com/cuaderno20.htm#8)

 
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