Viernes
19 de octubre
He dejado Valladolid azotada por una
lluvia fría. Los viajeros que esperábamos
el tren para Madrid, que venía
de León, nos apretábamos
bajo la marquesina del andén, intentando
protegernos de las ráfagas oblicuas
de gotas heladas, que caían sobre
nosotros tras rebotar en un mercancías
parado en la vía de detrás.
Creo que todos estábamos sorprendidos
por el frío y hemos agradecido
poder entrar en el tren, seco y cálido.
La lluvia empezó esta mañana,
cuando salí del hotel a dar una
vuelta, antes de la primera sesión
del congreso. Quería ir al río,
pero el calabobos pronto se convirtió
en una tupida manta de agua, así
que desistí de mi propósito.
- ¿Te das cuenta de que nos han
utilizado? me ha preguntado Alberto
hace un rato, mientras tomábamos
un bocadillo y un café en el bar
de la estación-. Los organizadores
del congreso, quiero decir.
- ¿A qué te refieres?
- Bueno, a eso, a que nos han utilizado.
¿Te acuerdas de lo que repitieron
machaconamente Juaristi y García
de la Concha en los días previos
al congreso, eso de que su objetivo era
llamar la atención de los políticos
y los agentes económicos sobre
la importancia de la lengua?
- Sí, y también dijeron
que el congreso iba a ser una presentación
del español en el mundo, ¿y?
-la verdad es que Alberto estaba consiguiendo
intrigarme.
- Bueno -me ha explicado-, pues yo creo
que lo han conseguido de sobra, no hay
más que ver el despliegue de los
medios de comunicación y la cobertura
que han hecho del congreso... Pero lo
han conseguido en parte a costa de sacrificar
a ese impacto mediático y al relumbrón
de los nombres famosos un poco de la seriedad
y el rigor con el que hay que tratar las
cuestiones de las que aquí se ha
hablado. No quiero decir que no haya habido
aportaciones útiles, clarificadoras
o incluso brillantes, pero yo creo que
en general los congresistas hemos sido
los figurantes de la obra, que estábamos
ahí porque éramos necesarios
para que se alcanzaran los fines previstos.
Quiero decir que el congreso se ha hecho
para llamar la atención, y no hay
congreso sin congresistas...
- Alberto le he interrumpido-,
¿no te parece una interpretación
un poco forzada?
Antes de responderme, ha apurado tranquilamente
el café y ha encendido un cigarrillo.
- Puede ser, sí. En fin, no estoy
seguro. Si lo piensas bien, ¿no
te parece que el congreso ha sido bastante
confuso? Y en el fondo daba igual que
lo fuera, porque el caso era hacer ruido
en los medios, que no digo que sea un
mal objetivo. Pero yo he echado en falta
un poco de claridad y también de
precisión y finura en los análisis
sobre algunas cuestiones concretas, y
es que a lo mejor se han querido cubrir
demasiados frentes. ¿Y qué
me dices de los diez paneles simultáneos
de ayer y antesdeayer, cada uno de ellos
con una decena de ponentes? Eso no es
serio, no ha habido tiempo para presentar
las comunicaciones y menos para el debate...
Luego, ya en la sala de espera, hemos
hablado sobre la programada falta de conclusiones
del congreso, que también se encargaron
de anunciar con antelación sus
organizadores. Hombre, lo que está
claro es que así el congreso resulta
mucho más cómodo para sus
responsables, me ha dicho Alberto,
y no sólo porque reduce considerablemente
su trabajo durante el congreso, y el de
los coordinadores de mesas redondas y
paneles. También porque hace más
difícil la valoración y
el seguimiento posterior de lo que aquí
se ha dicho y se ha hecho. Con unas conclusiones
finales, por ejemplo, siempre se corre
el riesgo de que después a alguien
se le ocurra calibrar aciertos y desaciertos,
medir avances y hasta pedir cuentas....
Le he dicho que aunque ese riesgo existe,
en la práctica no se suele concretar,
porque la memoria en torno a algunas cosas
suele ser flaca y el compromiso institucional
escaso: ¿Quién ha
preguntado en este congreso por los proyectos
y las propuestas formuladas en Zacatecas
hace cuatro años? Por ejemplo,
aquella de la libre circulación
del libro por los países iberoamericanos,
o la de la elaboración de unas
pautas grafemáticas comunes para
todos los medios de comunicación
en español.
Mientras le acompañaba a comprar
unas chucherías para sus hijos
en la tienda de la estación, hemos
seguido charlando. Los dos estábamos
de acuerdo en que el congreso habría
resultado más útil y habría
alcanzado mejor sus objetivos si se hubiera
cerrado con unas conclusiones. Qué
menos que instar a la Cumbre Iberoamericana
de Jefes de Estado y de Gobierno que se
celebra dentro de poco en Lima a adoptar
medidas de coordinación y fomento
relacionadas con la lengua española.
En las conclusiones podrían haberse
recogido otros muchos datos, ideas y propuestas
que se han planteado en el congreso, y
que lo habrían convertido en un
documento tal vez de algún provecho.
El Castilla
y León Express avanza hacia
el sur. Dejamos atrás Medina del
Campo, una de las antiguas capitales del
comercio lanero. Me acuerdo de que en
su libro Gente
de Cervantes, Juan Ramón
Lodares explica que el tráfico
de personas y mercancías en torno
al comercio de la lana contribuyó
desde el siglo XV a la intensificación
de los vínculos económicos
y las relaciones comerciales entre distintos
puntos de la península, y también
a la necesidad de una lengua común,
que desde época muy temprana fue
el castellano. Por eso, dice, si
las lenguas tuvieran escudos como los
tienen las naciones o los equipos de fútbol,
en el de la española no figuraría
ni un águila imperial, ni un león
rampante, ni nada aparentemente noble:
figuraría una simple oveja. Trasquilada
[1].
Esta mañana, Carlos Fuentes ha
estado soberbio. Su ponencia, correspondiente
a la sección sobre la unidad y
la diversidad del español, ha tenido
más la categoría de un discurso
de clausura. Los congresistas se lo hemos
premiado con un larguísimo aplauso,
el más largo sin duda de los brindados
durante el congreso a un orador. El inicio
ha sido inolvidable, con un ágil
diálogo en jerga chilanga que Fuentes
ha interpretado más que leído,
con toda una exhibición de gestos,
pausas y entonaciones. Al leerlo en español
es cuando nos hemos enterado de que uno
de los interlocutores quería convencer
al otro de que se dedicara a la política,
y le hacía ver lo fácil
que le iba a resultar entonces dedicarse
a asuntos como el tráfico de drogas.
Toda esta parte inicial del discurso,
incluida la versión de la plática
en latín, ha resultado hilarante,
el público no dejaba de reír.
Por lo demás, el discurso ha sido
largo, denso y vibrante, y en él
Fuentes ha insistido en ideas e imágenes
que ha expuesto en otras ocasiones: el
español como un idioma impuro,
como una lengua de migraciones y mestizaje.
Entre otras cosas, ha resaltado la existencia
de un ancho espacio cultural hispanohablante,
mucho más amplio que el anglosajón,
que ha calificado como balcanizado.
También ha apuntado el riesgo de
que, una vez fraguado en cada país
iberoamericano un sentimiento de identidad
nacional, se exacerben el nacionalismo,
la xenofobia y la autoexaltación,
y frente a ello ha reclamado la necesidad
de saber lo que no somos,
de conocer y apreciar las diversidades
de todo tipo. Recurriendo a Croce,
y a su idea de un popolo intero
poetante, Fuentes se ha preguntado
si hemos perdido la capacidad de ver nuestra
cultura como el producto de una poética
compartida.
Los viajeros van quedándose dormidos
y se hace el silencio en el vagón.
Llevo un buen rato sin mirar el paisaje,
concentrado en estas notas.
En la mesa redonda con la que ha concluido
el congreso, la relativa a la unidad y
la diversidad del español, el profesor
Ángel López ha intentado
demostrar cómo a lo largo de la
historia de la lengua determinadas tendencias
centrífugas (las migraciones, la
creación de las repúblicas
americanas) se han visto frenadas por
instituciones unificadoras, como la Academia
y la educación. Por cierto que
para ello ha aplicado a la cuestión
de la unidad de la lengua el modelo científico
de la genética, a mi juicio de
forma un tanto forzada y tal vez innecesaria.
Después ha hablado de la actual
diversificación léxica del
español, favorecida por la continua
aparición de nuevas cosas a las
que se dan nombres distintos en los diferentes
países del dominio hispano, sin
que se vea claramente una instancia que
ponga freno a ese fenómeno. Ha
sido curiosa su observación de
cómo las empresas están
influyendo en nuestros inventarios léxicos:
sucede con frecuencia que cada empresa
de un mismo sector llame a las mismas
cosas de forma distinta, favoreciendo
esa diversificación, en este caso
debida a causas caprichosas, estadísticamente
aleatorias.
El mexicano José Moreno de Alba,
para tratar de la cuestión del
léxico, se ha referido a recientes
investigaciones de dos tipos: las que
estudian los vocabularios esenciales del
habla de determinados países o
regiones, y las que analizan la disponibilidad
léxica de los encuestados, las
palabras que conocen de un determinado
campo léxico. Parece que las conclusiones
de unas y otras son dispares: mientras
que las primeras parecen revelar que existe
una amplia base léxica común
entre las distintas variedades del español,
las segundas muestran una gran diversidad,
así que Moreno de Alba ha concluido
que toda esta cuestión... es relativa.
El moderador, Humberto López Morales,
ha querido intervenir, antes de dar por
cerrada la sesión, para subrayar
las tendencias contrarias a la disgregación.
Ha dicho que el 99% del léxico
de los grandes diarios hispanoamericanos
en Internet pertenece al español
general; que la lengua de los culebrones
que se ven en todos los países
hispánicos es casi del todo ajena
a particularismos de una variedad específica;
que está aumentando la capacidad
de los hispanohablantes de comprender
los términos propios de un dialecto
del español que no es el suyo (su
competencia pasiva); y que
el léxico que va muriendo
en cada país, el que deja de utilizarse
de forma general, es precisamente el léxico
particular de la correspondiente variedad
nacional.
He echado de menos alguna precisión
de tipo sociolingüístico para
tratar esta cuestión de la unidad
y la diversidad de la lengua, y también
su vinculación con la importancia
económica del idioma. No sé
si en el congreso se ha analizado con
detalle en qué medida la unidad
del español es el fundamento y
la clave de su utilidad económica.
Mientras esperábamos que empezara
el acto de clausura, sentados en el patio
de butacas, he hablado con Ana M.ª
Cabanellas sobre el presupuesto del congreso,
que al parecer ha sido de setecientos
millones de pesetas. Dicen que Telefónica,
la principal empresa patrocinadora del
acontecimiento, no les ha negado nada
a los organizadores. En relación
con el coste del congreso, hablamos del
número de ponentes invitados y
de su procedencia. Ana María me
dice que de donde más han venido
ha sido de Argentina, pero los contamos
en el programa y resulta que hay más
mexicanos.
No me he quedado en el Teatro durante
toda la clausura, sólo lo suficiente
para escuchar a García de la Concha
y a Juaristi. El director de la Academia
española ha hecho un anuncio importante:
la creación, con el resto de academias
de la lengua, de un Observatorio del Neologismo,
que ofrecerá recomendaciones de
uso ante los nuevos términos. Ha
recibido muchos aplausos cuando ha cerrado
sus palabras con la declaración
rotunda de que en Valladolid nos ha convocado,
a fin de cuentas, el amor al español.
Juaristi ha abierto y concluido su fino
y muy trabajado discurso con Jorge Manrique:
los trabajos y los días del congreso,
dice, no serán como las eras y
verduras de las Coplas, sino que constituirán
una referencia esencial para, a partir
de ahora, pensar la lengua y trabajar
con ella y por ella. Desde que lo nombraron
director del Instituto Cervantes, siempre
que lo veo en la prensa me acuerdo de
uno de sus poemas que más me gustan,
el titulado Campos del Romancero:
en él evoca los veranos de los
años ochenta (ese
tiempo borrascoso / de alcohol, separaciones
e indecibles / cabronadas políticas),
dedicados a recoger versiones de romances
por trochas y por tierras de Portugal
y España, los
últimos vestigios de una tradición
oral agonizante...:
Pero qué sino aquello me devolvió
a la vida / y al amor de la lengua: /
moribunda / fogata de frontera, / Romancero,
/ terminal poesía de un pueblo
terminal [2].
Nos acercamos a Madrid. Santa María
de la Alameda, Zarzalejo, El Escorial...
Así, visto desde el tren, es como
más me ha gustado siempre el monasterio.
Parece un gran buque de piedra, un galeón
con casco de sillares y sólida
arboladura, varado entre el verde y la
niebla, junto al caserío desdibujado
del pueblo y con el telón de fondo
del monte Abantos. ¿Fue Gastón
Baquero, en un poema, el que me lo hizo
ver así? Por cierto, ¿dónde
iría a parar mi ejemplar de sus
poesías completas, las que publicó
el Instituto de Cooperación Iberoamericana?
Creo que se lo presté a Manuel,
debe de estar en su biblioteca clausurada...
Del aluvión de textos que estos
días le ha dedicado la prensa al
congreso, el artículo del vallisoletano
Gustavo Martín Garzo en el número
extraordinario del ABC
Cultural ha sido de lo mejor: Bien
puedo decir que si Valladolid es la ciudad
en que aprendí a hablar mi propia
lengua, también es la ciudad en
que, como escritor, no he hecho sino tratar
de traicionarla. Mi enemigo mortal, eso
ha sido el castellano para mí.
Frente al privilegio de hablar
el español al que se refirió
el martes Betancur, Martín Garzo
dice que no se puede sentir orgullo por
algo que nos ha sido dado sin merecimiento
alguno, que no es conquista de nuestra
voluntad sino don de la naturaleza o el
azar. Juaristi habló hace
unos días, refiriéndose
a lo mismo, de suerte. Pienso
que, como mucho, lo que reclama el hecho
de compartir la lengua materna con tantos
millones de personas es un agradecimiento
difuso, que desde luego no tiene destinatario
claro, y también, dejando a un
lado el sentido práctico, una cierta
humildad, nacida del reconocimiento de
que se albergarían los mismos sentimientos
si se hablara cualquier otro idioma, con
más o menos hablantes.
Rebaños de la tarde entre El Pardo
y Fuencarral, desmontes y chabolas, estaciones
de cercanías con gente que empieza
el fin de semana. Últimos traqueteos
antes de entrar en Chamartín, volver
a casa.
Si arrecia el frío, buscar el
calor reconfortante de la lengua como
el de un jersey de lana. Una visión
íntima de la lengua propia, que
es una buena compañía, una
compañía que no falla cuando
todo se nos viene abajo y parece perder
sentido, cuando nada apetece, cuando no
puede contarse con otra cosa, y tal vez
una palabra suya bastaría para
salvarnos....
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