El pasado 21
de febrero se puso a la venta, siete meses
después de su aparición
en inglés, la edición en
español de Harry
Potter y la Orden del Fénix.
¿La
edición en español?
La expresión no es exacta, porque
en realidad se trata de varias ediciones
en distintas modalidades de la lengua.
En efecto, Salamandra, la editorial española
que tiene los derechos de traducción
y publicación en nuestro idioma
de la serie de novelas de Joanne K. Rowling,
ha editado y distribuido el libro en tres
versiones lingüísticas diferentes
para otras tantas áreas del amplio
mercado hispanohablante: una dirigida
a España, otra al Cono Sur y la
tercera al resto de países de lengua
española, incluido Estados Unidos.
Donde en la primera se lea coger,
en otra dirá agarrar
y en la tercera tal vez tomar.
Si para el lector español, algunos
personajes se ponen a cantar
a voz en grito,
el argentino les oirá cantar
a los gritos,
mientras que en México lo que harán
será cantar
a voz en cuello [2].
¿Y todo esto por qué? Obviamente,
por motivos económicos: intentando
ajustar el producto a cada uno de los
públicos destinatarios, el objetivo
perseguido no es sino el de vender más
ejemplares y obtener mayores beneficios
por la inversión.
El caso de Harry
Potter y la Orden del Fénix
es sólo una muestra reciente de
un fenómeno más amplio.
La industria editorial de los países
hispanohablantes tiene a su disposición
y utiliza continuamente- un extenso
conjunto de políticas,
técnicas o prácticas lingüísticas
destinadas a facilitar su trabajo y hacerlo
más rentable en el seno de un mercado
que, si bien podría considerarse
único por compartir la misma lengua,
presenta indudables diferencias nacionales
o regionales precisamente por las variedades
que en ella conviven. ¿En qué
medida las diferencias que alberga la
unidad básica del español
afectan a la unidad del mercado editorial
iberoamericano? ¿De qué
manera las variedades de la lengua condicionan
o limitan los beneficios que se derivan
de la existencia de una comunidad lingüística
tan extensa? ¿Cuáles son
las consecuencias y los efectos de tipo
económico pero también
lingüístico y cultural- que
la diversidad dialectal del mundo hispánico
causa en el negocio del libro en español?
Para intentar responder a estas preguntas,
quizá sea útil mostrar los
distintos usos lingüísticos
adoptados por autores, traductores y,
sobre todo, editores, con el fin de allanar
la circulación de sus obras por
el espacio común del libro,
buscando la máxima aceptación
posible de sus productos en los distintos
países hispanohablantes. Pero antes
puede resultar necesario hacer una breve
reflexión sobre la unidad y la
diversidad del español en lo que
Carlos Fuentes ha bautizado como el
territorio de La Mancha: Todos
los libros, sean españoles o hispanoamericanos,
pertenecen a un solo territorio. Es lo
que yo llamo el territorio de La Mancha.
Todos venimos de esa geografía,
no sólo manchega, sino manchada,
es decir, mestiza, itinerante, del futuro
[3].
Lengua española
y libros: ¿una para todos?
En su magnífica Defensa
apasionada del idioma español,
afirmaba Álex Grijelmo: La
unidad del español supone un beneficio
económico indudable. Entre
las ventajas que desde ese punto de vista
implica la existencia de una comunidad
lingüística tan numerosa,
mencionaba Grijelmo el hecho de que el
mercado al que se pueden dirigir los productos
culturales alcanza una dimensión
internacional que no tropieza con barreras
idiomáticas: ni traducciones ni
doblajes, ni otro tipo de presentación,
con idéntica publicidad.
Y refiriéndose específicamente
al mundo de la edición, agregaba:
Los libros circulan de aquí
para allá y de allí para
acá sin ningún coste añadido,
salvo el transporte (incluso en el congreso
de Zacatecas se propuso acabar con los
aranceles para las obras en español)
[4].
Para referirse a la facilidad de circulación
de los libros publicados en español
por todos los países que comparten
esta lengua, se acuñó hace
ya bastantes años en el sector
editorial iberoamericano la expresión
espacio común del libro.
La principal característica de
ese espacio común sería
precisamente la de que los libros editados
en cada uno de los países que lo
componen pueden leerse sin mayores dificultades
-y por tanto venderse- en todos los demás...
Aunque es cierto que la expresión
tiene un alcance mayor, porque alude también
a una realidad mediática y cultural
(la existencia de autores conocidos y
prestigiosos en todos los países,
la concesión de premios literarios
sin aparente atención a la nacionalidad
de los escritores...), en su núcleo
se encuentra la idea de un mercado común,
que los agentes editoriales de cada país
pueden llegar a percibir como propio.
Así, el editor español Josep
Maria Boixareu, administrador de la editorial
Marcombo, ha escrito: Para el editor
español, Iberoamérica es
un mercado tan natural como lo es España.
Recíprocamente, para el editor
iberoamericano España es también
su mercado natural [5].
Ahora bien, puntualizando lo que afirmaba
Grijelmo, un examen detallado de la cuestión
revela que, para la circulación
de los libros por todo el espacio
común, en determinados casos
sí existen costes añadidos
a los que requiere su distribución:
costes económicos cuya causa no
es otra que la diversidad dialectal del
español, pero también, a
veces, costes que podrían considerarse
directamente lingüísticos
o culturales. En atención a esos
costes, tal vez no podría sostenerse,
como hacía Boixareu, que el mercado
iberoamericano es tan
natural para el editor español
como el de España, aunque no se
podría negar que es mucho más
natural que otros mercados (el
francés, el alemán, el japonés...),
hasta el extremo de hacerlo parecer igual
de natural que el propio.
¿A qué se debe la existencia
de este mercado, de este espacio
común del libro? En primer
lugar, al hecho de que la materia prima
de los productos que circulan por él
-es decir, la lengua- también es
común. O, lo que es lo mismo, a
la existencia de una comunidad lingüística,
que es la que permite que los libros que
se publican en español, por esa
sola circunstancia, puedan distribuirse
en tan gran número de países.
Pero, dicho esto, conviene fijar la atención
en el matiz explícito en la afirmación
de Grijelmo, cuando hacía residir
el valor económico de la lengua
en su unidad. Porque, siendo evidente
la importancia del español como
recurso básico de muchos negocios
entre ellos, el editorial-, tal
importancia está asentada esencialmente
en su cohesión, de manera que cabría
afirmar que cuanto más sólida
sea ésta tanto mayor será
aquella.
Pero unidad no es sinónimo de
uniformidad, y la unidad del español,
en concreto, no implica su homogeneidad:
en ella no sólo coexisten diversas
variedades dialectales, sino que incluso
dos de los pilares de su cohesión
la ortografía y la norma
culta de la lengua- presentan también
un evidente polimorfismo. Esta diversidad
de la lengua y esta concepción
inclusiva de su unidad, en la que se aceptan
y se asumen las diferencias dialectales
como parte del acervo común, no
pueden dejar de tener efectos en el sector
editorial. Si la norma culta del español
la variedad de la lengua propia
de los libros, en principio- es un sistema
complejo con variantes nacionales o regionales
más o menos acusadas, ¿cuál
se utilizará para editar obras
dirigidas a todo el mercado hispánico?
Y eso por no mencionar el hecho de que
los libros (sobre todo ciertos tipos de
libros) cada vez dan más cabida
al habla coloquial, en la que la diversidad
dialectal es mayor, con el consiguiente
riesgo de eliminar formas de alcance
general por otras de radio nacional,
como señala Guillermo L. Guitarte
[6].
El editor mexicano Adolfo Castañón
ha enumerado en alguna ocasión,
en tono jocoso, las quejas que sobre los
males de su negocio suelen formular los
editores de uno y otro lado del Atlántico,
las jeremiadas tópicas
que acostumbran repetir. Y entre ellas
ha mencionado la de que las traducciones
españolas no siempre se pueden
leer en América ni las americanas
en España [7].
Por su parte, Isabel de Polanco, del grupo
Santillana, ha contado la anécdota
de otro editor mexicano al que un escritor
le agradecía la cantidad
de traducciones que le había conseguido
en los más variados idiomas y países
de Europa, aunque se lamentaba también
del escaso éxito que tenía
en España. A lo que el editor respondía:
Es que en España no tengo
quien le traduzca [8].
El problema se agrava en determinados
campos, como el de la ciencia y la técnica,
en el que, según muchos especialistas,
no existe un vocabulario común
panhispánico. El riesgo para la
actividad editorial es evidente; así
lo expresó Rafael Lapesa en el
congreso de la lengua de Sevilla, en octubre
de 1992: Puede ocurrir que dentro
de poco, libros de física nuclear,
economía, psicoterapia, etc., publicados
en Madrid o Barcelona, empleen terminología
distinta de la que usen los de igual materia
editados en Méjico, y que unos
y otros se aparten de la usada por los
que vean la luz en Buenos Aires, Bogotá
o Lima, que a su vez diferirán
entre sí [9].
Y unos años después, Emilio
Muñiz afirmaba que la reducción
de la exportación a los demás
países de lengua española
de los libros de texto y de consulta publicados
en España se debe, en buena medida,
a las diferencias terminológicas:
los estudiantes de las disciplinas científicas
y técnicas acaban prefiriendo los
libros de texto en inglés. Y esto
mismo ocurre con los textos universitarios
publicados en cualquier otro país
hispanoamericano [10].
Aunque estas afirmaciones tal vez podrían
rebatirse fácilmente (con argumentos
y testimonios contrarios; con matizaciones
sobre los libros de texto, muy ajustados
a programas educativos específicos;
y también con los datos de facturación
de la industria editorial española
por exportación a los países
hispanoamericanos), no dejan de aludir
a una realidad.
Pero si el potencial económico
de la lengua española se basa principalmente
en su unidad, todo lo que atente contra
ella podría considerarse un obstáculo
para la explotación de este bien
compartido. Sobre la regionalización
de la lengua, se ha llegado a decir
que es un problema al que
es necesario hacer frente
mediante un mayor número
de ediciones locales [11].
Ante el obstáculo que, desde el
punto de vista económico, puede
suponer la diversidad dialectal del español,
el sector editorial puede reaccionar de
maneras distintas, ya sea intentado superarlo,
sorteándolo o, simplemente, no
teniéndolo en cuenta. Aunque el
objetivo será siempre el de facilitar
la circulación de las obras por
el territorio
de La Mancha.
Un catálogo
editorial de prácticas lingüísticas
Dado un texto escrito y publicado en
una lengua determinada, ¿qué
actitudes y usos lingüísticos
pueden adoptar los principales responsables
de su creación, edición
y difusión, si pretenden distribuirlo
en países distintos a aquel en
el que lo han generado y producido?, y
¿cuál es el coste económico
de cada una de esas actitudes? Pensemos
en un continuum,
en una gradación de distintas opciones,
con dos extremos muy claros: en uno de
ellos se encontraría el caso de
un libro que hay que traducir de una lengua
a otra para poder venderlo en el mercado
de la segunda (operación que tiene
costes más o menos mayores en función,
entre otros factores, de las lenguas de
origen y de destino), mientras que el
extremo opuesto lo ocuparía la
distribución en un determinado
país de una obra escrita en la
lengua que le es propia, de modo que,
en principio, no sería preciso
tratamiento alguno del texto para asegurar
la posibilidad de su circulación,
y por tanto no habría que contabilizar
en el proceso de producción ningún
coste añadido imputable a cuestiones
lingüísticas, si descontamos
el dedicado a la corrección ortotipográfica
y de estilo (que en algunos casos quizá
no se considere imprescindible, por lo
que puede existir la tentación
de ahorrárselo...).
Es posible que esta última opción
la de no
hacer nada- sea la más generalizada
en la industria editorial hispánica.
Se trataría de lo que podríamos
llamar una política lingüístico-editorial
de grado cero, que se elegiría
por motivos variados. Tendría sentido,
en primer lugar, en el caso de obras pensadas
específicamente para el mercado
nacional o que, aun pudiendo tener interés
en otros países, no se deseara
o no se hubiera pensado en exportar. Pero
también puede suceder que, sí
existiendo esa intención de comercializar
las obras en el exterior, el editor fíe
sin más a la unidad básica
del idioma su aceptación en todos
los países que lo comparten.
Esta confianza surgida tal vez
de experiencias exportadoras exitosas-
podría tener su origen en el desconocimiento
por parte de algunos editores de otras
posibles actitudes y soluciones ante la
diversidad dialectal del español,
o en la incapacidad económica para
adoptarlas. Aunque también sería
posible explicarla de otra manera: si
algunas grandes y no tan grandes-
editoriales españolas y de otros
pocos países hispánicos
muestran despreocupación
por las diferencias existentes entre el
español en que publican y el español
de cada uno de los países a los
que exportan, quizá se deba más
bien a la conciencia de su peso e importancia
en esos mercados, caracterizados a veces
por sectores del libro muy endebles. En
muchos de ellos, ante la suma precariedad
de la oferta editorial nacional ya
sea en su conjunto o por lo que respecta
a determinados tipos de libros-, el comprador
puede no encontrar alternativa, y será
menor el riesgo de que rechace la obra
extranjera: la encontrará escrita
en un español más o menos
distinto al suyo, pero será la
única que encuentre sobre esa materia.
Por otra parte, muchas veces lo importante
es el precio. En países como los
de América Latina, en que por lo
general es muy alto el precio de los libros,
no se desdeñan los que están
escritos en el español de otro
país si pueden obtenerse por poco
dinero (libros de saldo o de segunda mano,
rebajas y promociones...). Ahora bien,
es cierto que la presencia editorial española
en Hispanoamérica puede estar causando
ciertas tensiones lingüísticas,
por ejemplo cuando las obras extranjeras
se traducen en España, en la variedad
nacional del español, y se distribuyen
en todo el espacio de la lengua. De todas
formas, los grandes grupos editoriales
no sólo exportan al resto de países
hispanohablantes los libros que producen
en sus países de origen, sino que
también comercializan en ellos
obras producidas in situ mediante empresas
filiales o editoriales adquiridas, por
lo que puede mantenerse cierta producción
de libros en las variedades locales del
español (como en el caso de Alfaguara,
descrito por Isabel de Polanco [12]).
Aunque es obvio que en principio el coste
de esta actitud editorial ante la diversidad
dialectal del español es inexistente
(para no
hacer nada no hay que invertir
nada), tal opción sí puede
tener un coste posterior, si bien de naturaleza
difusa, de muy difícil cuantificación:
se trataría de la limitación
de los posibles beneficios debida a un
número de ventas menor de las que
se habrían conseguido si ningún
potencial comprador hubiera descartado
la adquisición del libro por sentirlo
ajeno, no del todo propio desde un punto
de vista lingüístico.
Para que un
libro se entienda mejor: notas, avisos,
glosarios...
Avanzando en la escala de las posibles
prácticas lingüísticas
destinadas a salvar las diferencias dialectales
en el espacio común del libro,
encontramos una técnica sencilla
y de coste económico nulo, como
en el caso anterior: la inclusión
en los preliminares de la obra de una
nota explicativa que avise al lector de
que el texto que sigue está escrito
en una determinada variedad dialectal
del español que puede no ser la
suya. Una muestra clásica de ello
sería la advertencia
que precede al prólogo de Tres
tristes tigres, de Guillermo Cabrera
Infante: El libro está en
cubano. Es decir, escrito en los diferentes
dialectos del español que se hablan
en Cuba y la escritura no es más
que un intento de atrapar la voz humana
al vuelo, como aquel que dice....
Sabiendo esto, el lector no puede llamarse
a engaño acerca de lo que después
se va a encontrar en las páginas
de la novela.
Un ejemplo más reciente en un
tipo de obra muy distinto lo encontramos
en Las
1000 y una actividades, excelente
libro de manualidades y pasatiempos editado
en Argentina por Catapulta, en traducción
del original en inglés realizada
por Laura Esteve [13].
En la página de créditos
en la que se hace constar que la
editorial tiene los derechos exclusivos
en español y portugués para
Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador,
España, Paraguay, Perú,
Portugal y Uruguay- se explica a los lectores:
Cuando tradujimos estas páginas,
lo hicimos pensando en que todos los chicos
hispanohablantes del mundo pudieran comprenderlas
y utilizamos lo que se denomina español
estándar. Por eso, puede ocurrir
que encuentres una palabra o expresión
que en tu país resulte poco usual.
Aprovecha entonces la oportunidad y conviértete
tú también en una especie
de traductor; anímate a construir
un puente que te acerque a los otros
y ¡disfruta con ellos!. Valga
el ejemplo no en lo que se refiere al
español estándar
al que alude la nota (y del que hablaremos
más adelante), sino por la nota
en sí, que pone sobre aviso al
lector infantil acerca de la extrañeza
que puede sentir, si es español,
al hallar en el texto palabras como porotos,
piso
(por lo que en España se llama
suelo), sorbetes
(por pajas) o calle
de mano única; u otras expresiones
(palomitas
de maíz) si es uruguayo,
chileno o peruano.
Una forma más avanzada y
más costosa- de intentar garantizar
la circulación por todo el espacio
hispanohablante de un texto con fuertes
marcas dialectales, consiste en dotarlo
de algún tipo de aparato lexicográfico,
por rudimentario que sea, destinado a
facilitar a los lectores la comprensión
de las palabras, los giros y las expresiones
que se prevé pueden causarles más
problemas. La manera más elemental
de hacerlo (y quizá también
la más extendida) son las consabidas
definiciones de términos del texto
en notas a pie de página. En el
muy recomendable relato del viaje que
realizó durante tres años
el canario Román Morales caminando
desde la Santa Marta colombiana hasta
Tierra del Fuego (Buscando
el Sur¸ publicado en Madrid
por Ediciones La Palma [14]),
el narrador no quiere no puede-
dejar de emplear voces propias de las
tierras que va recorriendo (champa,
en el Chocó; locro,
en Ecuador; jaiva
o pataperro,
en Chile...), pero para hacerle más
cómodo el viaje al lector español,
le brinda las definiciones en mínimos
apuntes, ahorrándole así
la visita al diccionario.
Como modalidad más elaborada de
estos instrumentos lexicográficos
podríamos mencionar los glosarios
que se incluyen en algunos libros para
aclarar el significado de las palabras
del texto más particulares, más
caracterizadas como formas del dialecto
nacional, regional o local. Los glosarios
son más habituales -por más
necesarios para la exportación-
en ciertos tipos de obras, como por ejemplo
los libros de gastronomía, cuyo
léxico especializado quizá
presenta términos específicos
de cada país con más frecuencia
que otros lenguajes sectoriales. Aún
cabría distinguir otras formas
más o menos refinadas de estas
herramientas metalingüísticas,
como las listas de correspondencias: en
el manual de Cocina
latinoamericana de Elisabeth Lambert,
traducido por Andrés Linares [15],
se ofrece una somera y esquemática
lista de Variantes léxicas
para denominar los distintos productos
agroalimentarios, sin definiciones
ni notas de alcance geográfico:
aguacate-palta, solomillo-lomito-filete,
callos-panza-mondongo-guatitas,
etc.
El español
neutro de los libros
Hasta aquí hemos visto algunas
actitudes o prácticas que suponen
el respeto del texto, ya sea publicándolo
tal cual fue concebido (correcciones formales
al margen), o agregándole elementos
que ayuden a su comprensión general.
Pero ante la diversidad lingüística
existente en el mercado del libro iberoamericano
hay otras opciones que sí pueden
suponer una alteración de los originales
o incluso una influencia o dirección
consciente del proceso de creación
para conseguir el resultado deseado: la
mayor facilidad posible para la circulación
de las obras por el espacio común
del libro. Claro que estas opciones
llevan aparejados normalmente costes mayores....
Entre ellas, destaca la de intentar editar
en español neutro,
variedad facticia de la lengua cuyos elementos
-principalmente el léxico- son
comunes a todos los países hispanohablantes,
por lo que los textos en que se emplea,
ya sean escritos u orales, no producen
extrañeza en ninguno de ellos.
Lo que se consigue normalmente no es que
ese español le suene a cada uno
como el propio, sino que no le suene demasiado
ajeno. Algunos se refieren a él
como el español que disgusta
a todos por igual o el español
de ningún sitio y de todos al mismo
tiempo. Esta variedad se obtiene
mediante la selección de los materiales
lingüísticos, selección
que implica en cualquier caso la eliminación
de las formas dialectalmente más
marcadas. Su objetivo es siempre económico:
el de aumentar la aceptación de
determinados productos en todos los países
en que se habla español [16].
Por lo que respecta a los libros, son
en primer lugar los autores y los traductores
los que -motu
proprio, por una determinada conciencia
o disposición profesional, sin
que medie solicitud o instrucción
expresa de las editoriales- pueden intentar
escribir en español neutro
para facilitar la difusión de sus
textos. En relación con esta actitud,
resulta muy ilustrativo, por lúcido
y explícito, el testimonio del
traductor Luis Felipe Carrer [17]:
Me toca a veces traducir textos
destinados al público hispanohablante
urbi
et orbi, y, en particular, algunos
difundidos por Internet. Entonces no puedo
dejar de tomar en cuenta los usos particulares.
Lo hace, en primer lugar, optando por
los términos de uso general en
toda la comunidad hispanohablante para
dejar de lado los particularismos (así,
traducirá automóvil,
en lugar de coche o carro);
y también reemplazando por términos
equivalentes aquellos que tienen connotaciones
escatológicas o sexuales en algún
país.
Cuando no es a iniciativa de autores
y traductores, son las editoriales las
que pueden buscar el español
neutro en sus obras, ya sea dando
instrucciones concretas en ese sentido
a los primeros, para conseguir que el
texto se genere directamente en la variante
deseada (A nosotros nos piden traducir
en un español neutro,
no podemos usar el voseo ni nada que recuerde
al lunfardo, declaró hace
poco María Cristina Pinto, presidenta
de la asociación argentina de traductores
[18]),
o modificándolo en el proceso de
corrección de estilo, es decir,
mediante un tratamiento posterior de los
originales. Estas prácticas, que
pueden complicar la producción
e incluso incrementar sus costes, son
comunes a muchas editoriales, no sólo
en España sino también en
los países latinoamericanos y en
Estados Unidos (We try to choose
translators who use the most neutral Spanish
possible, dice Silvia Matute, directora
literaria de Santillana en ese país.
We know that Latin Americans react
negatively to an overly strong Spanish
flavor, but we want to publish something
that is understood in every country
[19]).
Ahora bien, ¿es siempre posible
ese español neutro?
En el caso de obras científicas
o técnicas, la respuesta no podría
ser afirmativa sin más, dada la
inexistencia, mencionada más arriba,
de un vocabulario común hispánico
en casi todas las disciplinas científicas
y técnicas, incluidas las humanísticas.
Pero tampoco se puede contar siempre con
un español neutro absoluto
en obras no especializadas, porque a veces
no hay solución de compromiso posible
para todo el ámbito de la lengua,
ni formas que no lleven la marca de un
país determinado: si ve escrito
falda,
al argentino le sonará como españolismo,
y si el español se encuentra en
el texto por primera vez con pollera,
lo más probable es que le hagan
falta el diccionario o más de una
aparición del término con
sus correspondientes contextos. Todo esto
sin contar con las dimensiones sociolingüísticas
y pragmáticas del lenguaje (las
palabras, las formas, también pueden
estar marcadas diastráticamente;
un vocablo común, que se entiende
sin problemas, puede seguir sonando
raro, etc.). O con lo que ocurre
en la literatura, como recuerda Carrer:
Desde luego que en las traducciones
literarias no siempre es posible apelar
a tales expedientes [el español
neutro]. Allí no queda más
remedio que tomar partido. Pero lo que
importa es hacerlo con pleno conocimiento
de causa (causa que ya se sabe que está
perdida de antemano cuando aparecen las
jergas). Quizá por todo esto,
el traductor Mauricio-José Schwarz
afirmaba hace unos meses en el foro de
debate Apuntes,
de la Agencia EFE, que el español
neutro es un mirlo blanco
y una quimera [20].
Distintas
ediciones en españoles distintos
o... ninguna edición (el rechazo
editorial)
Hace unos años, compré
en Buenos Aires un libro titulado El
ser digital, de Nicholas Negroponte.
Nada más llegar a Madrid, encontré
otro que se titulaba El
mundo digital y también
lo compré. Tardé muy poco
en descubrir que había adquirido
el mismo libro. Carlos G. Reigosa,
director de publicaciones, análisis
y estilo de la Agencia EFE, contaba esta
anécdota como muestra de las
limitaciones y los problemas que
pueden oscurecer la bonanza
general de la lengua española [21].
Se trataba de un caso de publicación
de distintas versiones de una misma obra
en diferentes variedades del español,
similar al del libro de Harry Potter mencionado
al principio. En el abanico de políticas
lingüísticas que las
editoriales pueden adoptar ante la diversidad
dialectal del español, ésta
es una de las opciones extremas y de mayor
coste económico, y ha de suponerse
que se adopta cuando se espera obtener
así el mayor rendimiento por la
inversión.
Por su parte, el ya citado Luis Felipe
Carrer ha descrito su desagrado al encontrar
en Internet un artículo sobre las
traducciones literarias al español
que afirmaba: The Spanish speaking
world [...] has two main distinct language
regions separated by the Atlantic Ocean,
para llegar a la conclusión práctica
de que most of the books certainly
require two distinct Spanish versions.
Es evidente que no se puede sostener una
afirmación tan tajante de forma
general, porque, dejando de lado su inconsistencia
desde el punto de vista lingüístico,
no refleja la realidad de la edición
en español. No obstante, es cierto
que no resulta anómala, ni en España
ni en América, la producción
por un mismo editor de versiones diferentes
de una misma obra destinadas a otros tantos
países o grupos de países
de lengua española, como ha señalado
alguna vez la argentina Ana María
Cabanellas, presidenta del Grupo Interamericano
de Editores [22].
Tratándose de obras escritas en
otros idiomas, lo que puede suceder es
que el titular de los derechos de traducción
los venda por separado a distintos editores
de varios países para su publicación
en zonas distintas del mundo hispanohablante,
segmentándose así el mercado
común establecido por la comunidad
de lengua. Quizá sea éste
el caso de la obra de Negroponte a la
que se refería Reigosa. Otro ejemplo
puede ser el del brasileño Ziraldo,
cuyos libros para niños, publicados
en su país por la editorial Melhoramentos,
tienen un gran éxito en muchos
países de América Latina,
en donde se difunden en versiones ajustadas
a los dialectos nacionales del español
(uno de sus personajes más conocidos
recibe en Uruguay el nombre de el
Polilla, mientras que en Argentina
es el pibe Pibole y en Colombia
el pelado Pilas [23]).
También es posible la combinación
de esta práctica de las distintas
adaptaciones de un mismo texto con la
del español neutro
que comentábamos antes: si una
de las ediciones de Harry
Potter y la Orden del Fénix
va dirigida a los mercados argentino,
chileno y uruguayo, y otra al resto de
países hispanohablantes, incluido
Estados Unidos, es posible que en realidad
estén escritas en (o, mejor dicho,
traducidas a) dos españoles
neutros diferentes.
Hemos venido recorriendo la gradación
de posibles actitudes y prácticas
destinadas a mejorar o asegurar la circulación
de los libros en una comunidad lingüística
cuya cohesión no excluye la diversidad.
En el último peldaño de
esa escala en realidad, ya fuera
de ella- podría incluirse otra
reacción: la del rechazo de un
texto por estar escrito en un dialecto
del español demasiado lejano al
del público destinatario. Esto
ha sucedido incluso con algunos de los
mejores escritores de la lengua: Un
editor español, hace años,
ha contado Juan Cruz, rechazaba
las obras de Julio Cortázar porque
escribía en argentino [24],
y no faltarían otras anécdotas
protagonizadas por editoriales de países
hispanoamericanos. En estos casos, la
editorial considera que la variedad de
la lengua del texto está excesivamente
marcada como particular, supone que la
extrañeza que suscitaría
en los potenciales compradores dificultaría
mucho las ventas y decide no correr el
riesgo de invertir en su publicación,
descartando otras posibles soluciones.
La responsabilidad
lingüística del sector
del libro
La existencia de una lengua cohesionada
y de la amplia comunidad que en ella tiene
su fundamento constituyen un beneficio
indudable para la industria editorial
hispanohablante, pero ¿en qué
medida contribuye ésta al mantenimiento
de aquellas?, ¿se puede hablar
de una responsabilidad lingüística
del sector del libro iberoamericano?,
¿cuáles son los posibles
efectos en la unidad del español
de las distintas actitudes editoriales
ante la diversidad dialectal de la lengua?
No faltan las críticas, por ejemplo,
al español neutro.
Piensan muchos que se trata de una lengua
de ninguna parte, falsa, desnaturalizada,
sin olor, color ni sabor, empobrecida
y empobrecedora, y que atenta contra la
diversidad de voces y acentos la
diversidad cultural, en suma- que entraña
el rico panorama dialectal del español.
Otros ven en el español neutro
una imposición desde arriba
por los intereses crematísticos
de grandes empresas multinacionales -no
todas españolas ni latinoamericanas-
que buscan economías de escala
en sectores como el de la informática
y las telecomunicaciones, el de los medios
de comunicación y el editorial.
Considerando que la concentración
de la industria editorial produce el curioso
efecto de que ciertos libros sean concebidos
para un mercado multinacional y hasta
pluricontinental de lectores, el
traductor español Ramón
Sánchez Lizarralde ha denunciado,
refiriéndose al ámbito de
la literatura, la consiguiente presión
que pueden llegar a ejercer ciertos editores
sobre los traductores, presión
que no se atreverían a sugerirles
a la mayor parte de los escritores
[25].
Por otro lado están quienes defienden
las ventajas de los procesos tendentes
a la nivelación lingüística:
desde un punto de vista comercial, lo
lógico es intentar ajustar el producto
al mercado en el que se quiere vender,
preparándolo para que se acepte
(se compre) lo mejor (lo más) posible.
En unos pocos casos esto puede suponer
caracterizar el producto con rasgos foráneos,
porque es precisamente su exotismo lo
que se quiere explotar, lo que se piensa
que puede resultar atractivo a los posibles
clientes. Pero normalmente se tratará
de destacar las características
que acerquen la mercancía a los
destinatarios, haciéndosela familiar,
conocida, segura, fácil, cómoda.
Hay también argumentos de tipo
lingüístico y cultural favorables
al español neutro:
su gran ventaja radicaría en ser
comprensible para todos los hispanohablantes,
por lo que serviría para mejorar
la comunicación y el entendimiento
entre las personas, los pueblos y los
países que comparten el español.
Frente al sabor de los dialectos (y también
de las jergas y de los lenguajes especiales
o sectoriales), se pone así el
acento en los beneficios de todo tipo
económicos, sí, pero
también humanos, sociales y culturales-
que acarrea la posibilidad de comunicarse
fácilmente en un ámbito
tan extenso como el hispánico.
Cabría sostener posturas opuestas
en relación con la práctica
editorial de publicar distintas versiones
de una misma obra con textos diferentes
por su variedad de español: supuestamente
más respetuosa con la pluralidad
dialectal y cultural, esta práctica
podría verse como una aportación
a la fragmentación de la comunidad
lingüística, al acentuar la
identificación de los hablantes
con las formas propias, particulares,
en desmedro de las formas comunes o generales.
Desde este punto de vista, una solución
preferible sería la de la edición
de las obras en sus versiones originales.
Los glosarios con definiciones de términos
dialectales pueden ser también
un buen recurso, a pesar de nuevo
aquí - de las opiniones contrarias,
a veces sorprendentes: en el prólogo
de su antología hispanoamericana
de relatos, América,
Raúl Guerra Garrido avisa de que
los textos no llevan ni explicaciones
marginales, ni referencias bibliográficas,
ni notas a pie de página, ni mucho
menos un diccionario de sinónimos,
pues nada hay más distanciador
que la codificación de lo variable
[26]. Lo que sí es cierto
es que un glosario en ese libro habría
acercado
los relatos a más de un lector,
pero, claro, la edición se hubiera
complicado, alargado o incluso encarecido.
Como en tantas otras cuestiones, también
en ésta los matices son imprescindibles.
Por eso, a la hora de medir estas posibles
responsabilidades lingüísticas,
habría que considerar y distinguir
entre los diferentes tipos de libros.
De todas formas, ¿puede haber casos
en que se imponga una visión estrecha
y restrictiva del idioma, de la creación,
la literatura o la cultura, y se atente
claramente contra el derecho de autores
y traductores a elegir la variedad lingüística
que deseen para sus obras? En Vivir
para contarla, recuerda Gabriel
García Márquez la sorpresa
que se llevó cuando recibió
los primeros ejemplares de La
mala hora, editado en España:
Descubrí, cuenta, que
el libro escrito en mi lengua de indio
había sido doblado como las
películas de entonces- al más
puro dialecto de Madrid. Desautorizó
la edición, destruyó los
ejemplares no vendidos y se entregó
a la dura tarea de retraducirla
a [su] dialecto caribe [27]...
En Estados Unidos se cuenta que algunos
Latino writers like Sandra Cisneros,
Julia Alvarez, and Esmeralda Santiago,
who write in English, seemed to be extremely
unsatisfied with translations done in
the standard Castilian of Spain, claiming
the process stripped their work of its
regional flavor [28].
Libros y lengua
española: todos para una
En el fondo de esta cuestión se
encuentran las posturas más o menos
favorables a la unidad y la comunidad
lingüística, y las distintas
concepciones que de ella se pueden tener:
frente a la idea de la comunidad de lengua
que existe porque todos los que la integran
se atienen estrictamente a una norma única
y monolítica, parece más
sensata y deseable la unidad en que conviven
variedades ligadas por múltiples
elementos comunes y un modelo o ideal
de lengua compartido que se construye,
se elabora, se negocia y renegocia continuamente
a partir de una densa malla de contactos
de todo tipo.
Por lo que respecta al español,
esa unidad debería asentarse en
una creciente competencia pasiva de todos
los hablantes (pero no sólo competencia:
también aprecio y disfrute) sobre
las variedades de la lengua que en principio
les son ajenas. Como proponía Lapesa:
Es preciso que los hispanohablantes
de unos y otros países nos oigamos
mutuamente hasta que el uso normal de
cada país sea familiar para los
otros [29].
Y hablando de libros, Sánchez Lizarralde
ha animado a defender el privilegio
que supone tener la posibilidad de acceder
mediante la misma lengua merced
a un pequeño esfuerzo- a universos
lingüísticos tan ricos y tan
varios como en este momento es capaz de
proporcionar el español o castellano
[30]. También en Estados Unidos
hay quienes tienen conciencia de la importancia
de conocer la variedad como medio de mantener
la unidad: Mlawer believes that
leaving regional words and meanings intact
[en los libros] is part of an educational
process that can help young Spanish-speakers
develop a broader sense of Latino identity
[31].
Desde ese punto de vista, la distribución
de obras publicadas en los distintos españoles
por el espacio común del
libro o el territorio de La
Mancha contribuye ciertamente a
la unidad de la lengua (aunque no falten
voces que señalan el desequilibrio
en el flujo de la comunicación
cultural en ese territorio).
Hay otra perspectiva posible de este
asunto, necesaria para calibrar en su
justa medida el peso de los libros en
el mantenimiento de la comunidad de la
lengua española. Son muchos los
especialistas que sostienen que la unidad
-más allá del concreto fundamento
lingüístico en que se sustenta-
existe y se mantiene en la medida en que
los hablantes la perciben como tal, creen
en ella, se
la creen y desean conservarla.
Juan Ramón Lodares, por ejemplo,
ha defendido la tesis de que muy
en el fondo, la unidad de lengua radica
en la idea de que se está unido
y en la voluntad de mantenerse en ese
ideal [32].
Guillermo L. Guitarte lo explica así:
El español no está
en peligro porque lo que en España
se llama piscina,
en México se denomine alberca
y en la Argentina pileta;
correrá peligro el día que
españoles, mexicanos y argentinos
no tengan interés los unos por
los otros [33].
Ese interés y esa idea de unidad
parecen ciertas en el mundo hispanohablante.
Así lo ha certificado en muchas
ocasiones Manuel Alvar, quien, al sondear
en sus encuestas dialectológicas
las actitudes de los hablantes ante la
lengua común, encontraba en
todas partes [...] una conciencia hispánica
mantenida en el lento fluir de los días.
Y más recientemente, Violeta Demonte
explicaba que en el ámbito
español parece haber una voluntad
de ciudadanía común lingüística
y literaria [34].
Pero ese ideal en que consiste la unidad
idiomática, dice Lodares, no basta
por sí solo, sino que debe estar
respaldado por realidades, por vínculos
materiales, por intereses concretos.
Y reforzado cabría añadir-
por determinadas instituciones
que la promuevan y trabajen por ella,
y que al mismo tiempo se muestren o se
exhiban como muestras específicas,
como cristalizaciones perfectas y por
ello incluso modélicas de tal unidad:
instituciones entendidas en un sentido
literal o en un sentido más amplio,
entre las que habría que incluir
a las Academias, el Instituto Cervantes,
la Universidad y las escuelas, la enseñanza
para extranjeros, el 12 de octubre, las
cumbres iberoamericanas, el diccionario
y la ortografía...
Pues bien, sin duda el libro es uno de
los vínculos materiales
que sustentan a la comunidad hispanohablante;
entre los intereses concretos
que ésta tiene como fundamento
se encuentran los relacionados con el
comercio de libros; y al mundo del libro
en español no le faltan instituciones
comunes, iniciativas, foros, espacios
ni ocasiones de relación, que son
posibles gracias a la existencia de una
comunidad lingüística y cultural,
y que al mismo tiempo contribuyen a aumentar
su visibilidad y la conciencia de su existencia:
están las grandes figuras literarias,
por supuesto, y los grandes premios (el
Cervantes, el Juan Rulfo, el Rómulo
Gallegos, el Donoso, el Planeta, el Alfaguara,
los de Anagrama...), pero también
las ferias del libro del ámbito
iberoamericano (LIBER, Guadalajara, Buenos
Aires, Bogotá...), el CERLALC (Centro
Regional para el Fomento del Libro en
América Latina y el Caribe), el
Grupo Interamericano de Editores, la cooperación
bibliotecaria... Y los propios editores
y editoriales, que mayoritariamente compartirían
la reflexión de Boixareu: Por
tradición familiar y editorial,
siento cada uno de esos países
como propio, y paralelamente a mis responsabilidades
como editor-empresario, he tratado de
identificarme con las personas y con los
países que trato. Sé que
éste es el sentir y proceder de
muchos colegas editores.
En suma, aunque no podría afirmarse
sin más que la edición y
el comercio de libros entre España
y los países americanos, y de estos
entre sí, resulte determinante
hoy en día para el mantenimiento
de la comunidad hispanohablante (como
tal vez sí lo sean la televisión,
el cine, las agencias de noticias, Internet...),
tampoco se les podría negar su
mérito indudable en esa labor.
Si la unidad de la lengua reside en el
sentimiento de pertenencia a una comunidad
y en el empeño en conservarla,
no cabe duda de que los libros en español
contribuyen a ella de modo significativo.
Quienes trabajan en ese sector -escritores
y editores, pero también traductores,
correctores, agentes literarias y gestores
de derechos, diseñadores y maquetadores,
impresores, distribuidores, libreros,
bibliotecarios, publicistas y periodistas...-,
todos ellos son hacedores de ese rico
territorio único y diverso el
territorio de La Mancha- habitado
por los millones de lectores que comparten
la lengua española.
|
Notas
[1]
Agradezco enormemente a Ana María
Cabanellas, editora argentina, presidenta
del Grupo Interamericano de Editores,
la valiosísima información
facilitada para escribir este texto, que
es, completado y actualizado, el de una
comunicación que no pude presentar
al II Congreso Internacional de la Lengua
Española, celebrado en Valladolid
en octubre de 2001.
[2]
Tres versiones en español
del 5º Harry Potter llegan al mercado,
20 de febrero de 2004, en http://www.reuters.com.
[3]
De su intervención en los debates
organizados por Alfaguara en Madrid en
el año 1998, recogidos en El
territorio de La Mancha: debate. El porvenir
de la literatura en lengua española,
Alfaguara, Madrid, 1998.
[4]
Álex Grijelmo: Defensa
apasionada del idioma español,
Taurus, Madrid, 1998.
[5]
Josep M. Boixerau: Mercado natural,
en Boletín
de la Federación de Gremios de
Editores de España,
n.º 11, febrero de 2001.
[6]
Guillermo L Guitarte.: La unidad
del idioma. Historia de un problema,
en La
lengua española y su expansión
en la época del Tratado de Tordesillas:
Actas de la Jornadas celebradas en Soria
(9-11 mayo de 1994),
Sociedad V Centenario del Tratado de Tordesillas,
Valladolid, 1995.
[7]
Adolfo Castañón: La
edición en español: España
y América, en Memoria
de quince encuentros sobre edición
en la UIMP,
Federación de Gremios de Editores
de España, Madrid, 2000, p. 134
[8]
Isabel de Polanco:
Global y local en la estrategia
del Grupo Santillana, comunicación
presentada en el II Congreso Internacional
de la Lengua Española, Valladolid,
octubre de 2001. Disponible en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid/ponencias/activo_del_espanol/2_la_edicion_en_espanol/polanco_i.htm
[9]
Rafael Lapesa: La lengua española
en América, en Actas
del Congreso de la Lengua Española,
Sevilla, 7 al 10 de octubre de 1992, Instituto
Cervantes, Madrid, 1994, pp. 41-52.
[10]
Emilio Muñiz Castro: Terminología
técnica en España: 150 años
entre la nada y la esperanza, en
El
País,
2 de mayo de 1998, p. 30.
[11]
José Miguel Abad Silvestre: La
evolución de la edición
en lengua española, comunicación
presentada en el II Congreso Internacional
de la Lengua Española, Valladolid,
octubre de 2001. Disponible en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid/ponencias/activo_del_espanol/2_la_edicion_en_espanol/abad_j.htm
[12]
Isabel de Polanco, op. cit.
[13]
El
libro de las 100 y una actividades,
Catapulta, Buenos Aires, 2003, traducido
por Laura Esteve.
[14]
Román Morales García: Buscando
el sur, Ediciones
La Palma, Madrid, 1999.
[15]
Elisabeth Lambert Ortiz: Cocina
latinoamericana,
Edaf, Madrid, 1998, traducido por Andrés
Linares.
[16]
Sobre este tema, ver Xosé Castro
Roig: El español neutro,
1996 (http://xcastro.com/neutro.html),
y Español neutro, en
El
Trujamán,
Centro Virtual Cervantes, 24 de enero
de 2000 (http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/enero_00/24012000.htm).
También Alberto Gómez Font:
Una guía del español
internacional: los libros de estilo
de los medios de comunicación,
2002 (http://europa.eu.int/comm/translation/events/almagro/html/gomez_fontci_es.htm)
[17]
Luis Felipe Carrer: ¿Espagnol
dEspagne o espagnol étranger?,
en Puntoycoma,
n.º 60, noviembre-diciembre de 1999.
Disponible en http://europa.eu.int/comm/translation/bulletins/puntoycoma/60/pyc607.htm
[18]
España tiende a centralizar
la traducción al castellano,
en Unidad
en la diversidad,
11 de febrero de 2004, http://www.unidadenladiversidad.com/actualidad/actualidad_110204_02.htm
[19]
Ed Morales: Overcoming the pitfalls
of bringing books from English into Spanish,
en Críticas,
marzo-abril, 2002. Disponible en http://www.libraryjournal.com/article/CA201139?display=criticas&pubdate=4%2F1%2F02
[20]
Mauricio-José Schwarz, mensaje
enviado al foro electrónico Apuntes
el 16 de octubre de 2003. Disponible en
http://lists.albura.net/efe.es/apuntes/2003-10/1100.html
[21]
Carlos G. Reigosa: La lengua española:
perspectivas, en El
territorio de La Mancha: debate. El porvenir
de la literatura en lengua española,
Alfaguara, Madrid, 1998, p. 69-73.
[22]
Ana María Cabanellas: "La
edición en español en América",
comunicación presentada en el II
Congreso Internacional de la Lengua Española,
Valladolid, octubre de 2001. Disponible
en http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/valladolid/ponencias/activo_del_espanol/2_la_edicion_en_espanol/cabanellas_a.htm
[23]
Información facilitada por el editor
uruguayo Boris Faingola.
[24]
Juan Cruz: La tina y el departamento,
en El
País,
10 de febrero de 2001, p. 28.
[25]
Ramón Sánchez Lizarralde:
Traducir al español o a cada
uno de los españoles, en
El
Trujamán
(Centro Virtual Cervantes), 4 de agosto
de 2000, http://cvc.cervantes.es
[26]
Raúl Guerra Garrido: La América
que amo, en América:
antología de relatos según
una idea de Raúl Guerra Garrido,
Huerga y Fierro, Madrid, 1995.
[27]
Gabriel García Márquez:
Vivir
para contarla,
Mondadori, Barcelona, 2002.
[28]
Ed Morales, op. cit.
[29]
Rafael Lapesa: América y
la unidad de la lengua española,
en Revista
de Occidente,
mayo de 1996, y en El
español moderno y contemporáneo,
Crítica, Madrid, 1996 (citado por
Álex Grijelmo en Defensa
apasionada del idioma español,
p.113)
[30]
Ramón Sánchez Lizarralde,
op. cit.
[31]
Teresa Mlawer trabaja en Scholastic Books
and Lectorum. Su testimonio lo recoge
Ed Morales, op. cit.
[32]
Juan Ramón Lodares: Gente
de Cervantes: historia humana del idioma
español,
Taurus, Madrid, 2001, p. 139
[33]
Guillermo L. Guitarte: Del español
de España al español de
veinte naciones: la integración
de América al concepto de lengua
española, en El
español de América: Actas
del III Congreso Internacional de El Español
de América,
Valladolid 3 a 9 de julio de 1989, vol.
I, Junta de Castilla y León, Valladolid,
1991.
[34]
Violeta Demonte: Lengua estándar,
norma y normas en la difusión actual
de la lengua española, en
Circunstancia,
n.º 1, abril de 2003. Disponible
en http://www.ortegaygasset.edu/circunstancia/numero1/art4_imp.htm
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