Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español

n.º 2, 10 de septiembre de 2001. Majadahonda (Madrid)

Verano del español


Victoriano Colodrón Denis
 
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. El pan y la palabra: homenaje mínimo a don Manuel Alvar
. Dos lecturas de verano
. Debate estival sobre la lengua
. La estación de los "beodos del idioma"



El pan y la palabra: homenaje mínimo a don Manuel Alvar

Entrado ya el mes de septiembre, el cronista encuentra una buena ocasión para hacer recuento de lo que ha dado de sí el verano en relación con el idioma español. Y descubre que no ha sido poco. En un repaso apresurado, puede enumerar un par de noticias importantes y otros tantos libros de obligada reseña, algún que otro cursillo universitario y más de una aportación de interés al debate público sobre la lengua.

Dos han sido las noticias más destacables del verano relacionadas con el español: su declaración como lengua oficial de la Unión Africana, ya glosada en otra de estas crónicas [1], y la muerte del lingüista y ex director de la Real Academia Española Manuel Alvar.

Al día siguiente del fallecimiento de Alvar, el 13 de agosto, los periódicos destacaron su condición de trabajador infatigable y tenaz, y lo extenso de su obra, compuesta por más de 33.000 páginas, según cálculo del marqués de Tamarón, publicadas en unos 170 libros y 600 artículos. Las voces de sus colegas se encargaron de esbozar las líneas fundamentales y los hitos señeros de su trayectoria profesional, y allegaron el testimonio de su trato con él, rasgos de su carácter, recuerdos personales.

A modo de humilde contribución al homenaje que le rindieron los medios de comunicación en el corazón de agosto, y al que sin duda se le tributará más adelante de manera oficial, lo único que puede aportar aquí este cronista es una mínima propuesta de lectura, acorde con su exiguo conocimiento de la obra de Alvar: un libro y un artículo, acompañados de un recuerdo de otro mes de agosto.

¿Cuál de sus libros se le podría recomendar a un lector culto, aunque no especialista, interesado por nuestra lengua, por su avatar histórico, su importancia cultural, su densidad simbólica y práctica? Yo le propondría su recorrido Por los caminos de nuestra lengua [2], una recopilación de artículos publicados en el ABC y otros diarios, y en parte recogidos en volúmenes anteriores. En ellos, don Manuel, con claridad y precisión, pero también de forma emocionada y aun apasionada, reflexiona sobre la “Responsabilidad ante la lengua”, afronta el dilema ya clásico de “¿Castellano? ¿Español?”, le escribe una “Carta a los niños mexicanos” o se sitúa “En otro confín de nuestra lengua” para desde allí atalayar toda su variedad. En muchos de esos textos está presente, en forma de anécdotas y emocionado recuerdo, la densa experiencia profesional y humana del dialectólogo que recorrió todos los territorios del idioma, y que no escatima palabras de afecto para sus informantes, las personas que le ayudaron a conocer la diversidad viva del español.

Me acuerdo de que yo compré ese libro en Santander en el mes de julio de hace tres años y de que lo leí con fruición, ya en agosto, en las siestas largas y las noches densas, con perfume de jazmín, de un vergel malagueño. Y me acuerdo de que fue precisamente en Málaga, en otro agosto de muchos años atrás, donde conocí a don Manuel Alvar, donde lo vi por primera y única vez. Sucedió una tarde, cuando, acompañando a mi tío Jorge, le llevamos a la casa donde veraneaba unos libros que nos había encargado a la Librería Denis. Recuerdo sólo mi impresión al saludarle, mi conciencia de encontrarme ante un maestro, mi timidez, pero creo que en ningún momento de la brevísima charla ni Jorge ni yo mencionamos mi condición, entonces, de estudiante universitario de filología.

Pero he dicho que iba a hablar de un libro y un artículo. El artículo lo leí también en Málaga, el 1 de marzo del año pasado, en las páginas de Andalucía de El País. Se titulaba “Tahonas andaluzas”, y en él recordaba Alvar el origen de esa palabra y su presencia en los pueblos de Andalucía, de Jaén a Huelva, registrada en sus viajes de dialectólogo que va recogiendo voces, variedades, acentos.

El pan y la palabra, qué emparejamiento más rico de sugerencias. Se hermanan, claro, en los términos que nombran este alimento y todo lo que lo rodea, el cultivo del trigo y los otros cereales, las harinas, las mil variedades del pan, cuyos nombres tan bien glosó Azorín, los hornos, las masas y los puntos de cocción, el misterio de la levadura, los oficios y realidades que crecieron a su alrededor... Palabras como “tahona”. Álex Grijelmo, en el capítulo dedicado al “valor de las palabras viejas” de La seducción de las palabras [3], ha escrito: “Gracias a las palabras antiguas nos quedamos más satisfechos al comprar los bollos en una tahona el día en que no los adquirimos en una panadería, aunque el lugar sea idéntico y sólo le cambie el nombre”. Siempre he pensado que enseñarle a un niño la palabra tahona es hacerle un regalo. Habría que enseñarles la palabra tahona a todos los niños. Pienso que sería una actividad de gran valor ecológico, equiparable a las campañas de plantación de árboles autóctonos que organizan algunos grupos de ecologistas.

Pero el pan, al margen de la variedad de los términos que hablan de él, está ligado al lenguaje por algo más, por una cualidad esencial que comparten ambas creaciones humanas (humanas y humanizadoras). Lo vio María Zambrano, en España, sueño y verdad: “Como la palabra, el pan alcanza la plenitud de su ser dándose”. Pienso que a eso se dedicó Alvar, a buscar esa plenitud del lenguaje, de la lengua: a dar la palabra y a tomarla, dada por otros.


Dos lecturas de verano

El libro del verano, por lo que a la lengua española respecta, ha sido sin duda Internet y el español [4], del lingüista y especialista en edición electrónica José Antonio Millán. La obra recoge, con estructura única y en versiones muchas veces actualizadas, algunos de los textos que en los últimos años le ha dedicado Millán a esta cuestión. En ese sentido, puede considerarse una continuación de su excelente ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en 1998 en Zacatecas, México, y titulada Internet, una red para el español [5].

En su último libro, Millán se ha propuesto “explorar algunas características del cruce entre Red y lengua” y “hacer un balance provisional de la primera época de la Internet en español”. Para ello, con perspectiva de amplitud, aborda cuestiones tan diversas como la de la letra eñe y otros caracteres en Internet, el efecto de las tecnologías de la información en nuestra lengua o el peso de las industrias lingüísticas en la economía digital. Y lo hace siempre con su amenidad y agilidad habituales, con una prosa fluida y clara, sostenida por una densa trama documental, que aflora en las numerosas citas que ilustran y pautan el discurso, y cuyas referencias bibliográficas –o electrónicas- se recogen con detalle al final de cada capítulo.

Mención especial merece, a mi juicio, el apartado dedicado a la cuantificación y valoración de la presencia del español en la Red, en el que Millán, además de resaltar la importancia de la calidad de esa presencia, repasa una serie de criterios cuantitativos que siempre –sostiene- deben estar animados por el principio cualitativo: la cantidad de páginas, de usuarios, de sitios web, de dominios, la recepción de visitas, el mantenimiento de las páginas y su estructura hipertextual.

El libro se cierra con un panorama de los flujos e intercambios que mediante el español tendrán lugar en la Red, un análisis de la importancia de los “contenidos”, y una “ojeada al futuro”: en ella, a una mayoría de indicios tenebrosos no deja de contraponerse alguna señal de claridad. Inevitablemente, los datos, los análisis y las reflexiones que aporta Millán en Internet y el español conducen a la conclusión de que “la mayor parte de las consideraciones sobre una lengua y la Red se acaban convirtiendo en calas sobre infraestructuras, educación, investigación, creatividad... de las naciones que la hablan”.

La segunda lectura del verano relacionada con la lengua, de la que tal vez se hable por extenso en otra de estas crónicas, ha sido la del Anuario del Instituto Cervantes correspondiente al año 2001, el cuarto de la serie, dedicado, como en años anteriores, a estudiar distintos aspectos de la situación de “El español en el mundo” [6].


Debate estival sobre la lengua

Entre todas las ideas, informaciones y opiniones que sobre la lengua han llegado a los medios este verano, destaca el dato difundido por Lázaro Carreter en la conferencia sobre los Rumbos del español que pronunció en el marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid, en El Escorial. Allí dijo que sólo el 3% de los españoles se declara preocupado por “los avatares de la lengua española”, frente a un 56% de ingleses y un 38% de franceses a los que les preocupa su idioma, todo ello de acuerdo con un estudio del Gobierno francés. Un dato fundamental, que puede dar la clave de muchas de las cosas que suceden en nuestro país en materia de educación y cultura, y en el entorno institucional de la lengua española.

Juan Gómez, el periodista que lo contó en El País el 3 de agosto, resaltó las predicciones sombrías de Lázaro sobre el futuro del español. Su crónica empezaba afirmando: “Tortuoso camino aguarda al castellano en el próximo siglo, dentro y fuera de su cuna, a juicio del ex director de la Real Academia Española...”. No está mal que alguien ponga de vez en cuando un contrapunto de rigor y reflexión al discurso oficial sobre la expansión de la lengua, que alardeando de cientos de millones de hablantes, suele caer en un triunfalismo exagerado, y que en cualquier caso deja de lado aspectos menos favorables de la salud del español. Por ejemplo, Lázaro declaró, en referencia a la situación de nuestra lengua en los Estados Unidos, que “vistas las cosas más de cerca, el panorama es de inquietante claroscuro”. Eso, matices, claroscuros, perspectiva, es lo que con demasiada frecuencia se echa en falta en el debate público sobre el idioma, a veces en exceso plano.

Precisamente el fetiche del número de hispanohablantes fue el tema de la columna de Alejandro Gándara en el ABC Cultural del 21 de julio. Bajo el título de “Los 400 millones”, Gándara cuestionaba que ese potencial demográfico tuviera una equivalencia automática en otro tipo de potenciales más sustanciosos, léase de tipo cultural o económico. “Hoy por hoy, y en cualquier campo, las cifras son rostros del miedo. O muecas ante la falta de palabras”, escribía, para sostener después que “todo lo insuficiente busca alguna clase de consuelo o justificación”. Y como remate, señalaba el peligro de que tantos hablantes de español acaben siendo un potencial económico, sí, pero para los otros: “es decir, un ejército de consumidores altamente organizado”, que ofrece a los comerciantes la ventaja de poder emplear una sola lengua para dirigirse a todos ellos.

Menos pesimista se mostró Eduardo Subirats en la entrevista que le hizo José Antonio Muñoz para La Razón del 4 de agosto. Subirats, profesor de Historia del Pensamiento Hispánico en la Universidad de Nueva York, había dirigido, los días anteriores, el curso de verano de la Complutense sobre La lengua española y sus fronteras. Y aunque nos tiene habituados, en sus artículos de prensa, a una visión crítica de algunas actitudes y comportamientos oficiales y académicos relacionados con la lengua y la cultura en España, en esa entrevista Subirats habló de un “amplio y magnífico futuro”, de “una perspectiva formidable”, y hasta de una España “que no sólo va bien, sino que resplandece cultural e intelectualmente como pocas veces en su historia”.

Volviendo al dato fundamental ofrecido por Lázaro Carreter, puede que ese exiguo porcentaje de nacionales a los que la lengua les causa alguna clase de inquietud esté en la raíz de la llaga en la que puso el dedo, muy atinadamente, Manuel Hidalgo, en su artículo del 14 de julio en El Mundo: “el plan sobre el castellano que tiene el Gobierno no puede fallar... simplemente porque no existe”.

Los estudios necesarios, los datos, los porcentajes, los números, ya los tenemos, sostenía Hidalgo, días después de la presentación de la última edición del Anuario del Instituto Cervantes. También los principios y las intenciones, y la conciencia de que “el castellano...es un producto que supone una fuente de riqueza cultural, política y económica para España en el ámbito internacional –por tanto, también de poder y de influencia”. Por ello, reclamaba, lo que ahora toca es pasar a la acción: “ya va siendo hora de que el castellano sea, sin pudores, un asunto de Estado”, es decir, un asunto cuya gestión esté encomendada a un organismo oficial del más alto nivel posible (una Secretaría de Estado dependiente de Presidencia del Gobierno, sugería él), un asunto que se apoye en la más afinada coordinación entre los distintos Ministerios relacionados, y sobre todo que se afronte con un plan de acción concreto, con fines, objetivos, acciones y proyectos, plazos y recursos.

Expuesta con su finura y su ligereza usuales, la tesis de Hidalgo (la inexistencia de plan oficial alguno sobre el español), diríase que le da razón y sustento a la ironía de Lázaro Carreter, cuando aventuraba que en el famoso 3% de españoles preocupados por su lengua no deben de estar incluidos políticos y gobernantes...


La estación de los “beodos del idioma”

El verano es una estación propicia para la degustación de la lengua en todas sus expresiones y variedades, y en las diferentes circunstancias en las que se puede disfrutar de ella. Por ejemplo, sin ir más lejos, en la conversación placentera y demorada. No en vano, como escribió Marià Manent y le gustaba recordar a mi amigo, y también poeta, Manuel R. Martín, el verano es “el tiempo de sentarse a hablar bajo los árboles”. Por eso esta crónica veraniega del idioma español no podía dejar de registrar una mínima muestra de esa diversidad de matices, de acentos, de nuevas palabras, giros y expresiones surgidas y degustadas al calor de la charla, en la lectura o escuchando música. Contar alguno de esos deleites mínimos que proporciona la lengua.

Un año más, ha sido un placer comprobar cómo los niños, con el paisaje de las vacaciones, aprenden también un vocabulario y disfrutan con su novedad, se salpican con sus sílabas frescas como cuando chapotean en el río o la piscina. Este verano, en el Pirineo, han sido los nombres de árboles y hierbas silvestres (acebo, boj, llantén...), los de hitos y parajes de la montaña (barranco, llera, ibón, borda...) y el léxico preciso y graduado de los caminos que la recorren (pista, sendero, trocha, vereda...). Y la toponimia, claro, sonora y misteriosa (Gistaín, Cinqueta, Bielsa, Barbaruéns...), con una verdad que se nos esconde pero que no dudamos es sólida, sin fisuras. Un vocabulario acaso destinado al olvido, pero que tal vez más adelante, si vuelven a encontrarse con él, reconocerán como sabido o al menos les resultará vagamente familiar.

La variedad de los españoles se ha desplegado este verano también en la música. Por ejemplo, en la de los últimos discos del uruguayo Jorge Drexler, Sea, y del madrileño Quique González, Salitre 48. En el disco del primero se despliega una dicción sencilla y escueta, de una sensibilidad que se impone sin alardes, con una voz al tiempo clara y densa. El español de Drexler es fino, delicado, y se beneficia de la dulzura de su seseo meridional.

En Salitre 48 (un disco poco veraniego, dijo un crítico, que recomendaba esperar al otoño para escucharlo), la voz de Quique González es tensa y auténtica, con cuerpo, de una gravedad dispuesta a quebrarse o rebajarse para sumar matices de sentimiento. Su baza es la fuerza contenida, la prosodia ajustada y natural. Voz y metáforas en un español de vocales distintas y consonantes perfiladas, con el sabor de ciertos barrios que le da un yeísmo acentuado, tan distante –pero hermano- de las elles levemente porteñas de Drexler. Un español limpio y nítido, cabal.

Sí, el estío es una época favorable para esa clase particular de embriaguez a la que Azorín confesaba no poder sustraerse: “El idioma -el castellano, el español- llega a ser para nosotros como un licor que paladeamos, y del cual no podemos ya prescindir. Prescindir en el ensayo, en la busca de todos sus escondrijos, de todas sus posibilidades, de todas sus puridades. Ya somos, con tanto beber de este licor, beodos del idioma”.

 

Notas

[1] “El español, lengua oficial africana”, en Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español, n.º 1, 20 de agosto de 2001. En http://cuadernodelengua.galeon.com/cuaderno1.htm

[2] Alvar, Manuel, Por los caminos de nuestra lengua. Universidad de Alcalá de Henares, 1996 (2.ª ed.). ISBN 84-8138-980-3.

[3] Grijelmo, Álex, La seducción de las palabras. Taurus, Madrid, 2000. ISBN 84-306-0409-X.

[4] Millán, José Antonio, Internet y el español. Fundación Retevisión, Madrid, 2001. ISBN 84-931542-7-X.

[5] Millán, José Antonio, Internet, una red para el español. En http://jamillan.com/internet.htm

[6i] El español en el mundo: Anuario del Instituto Cervantes 2001. Círculo de Lectores, Instituto Cervantes y Plaza y Janés, Madrid y Barcelona, 2001. ISBN Plaza y Janés 84-01-37765-X, ISBN Círculo de Lectores 84-226-8974-X.

 
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