Lengua y camino son realidades que casan
bien, que unidas potencian su fertilidad
metafórica y despliegan una especial
capacidad de sugestión. Cuando
leemos o escribimos, seguimos las líneas
que dibuja el texto en la página,
igual que cuando, al andar, damos un paso
detrás de otro. Las lenguas, además,
se encuentran, se mezclan y se propagan
por los caminos, que son espacios favorables
a los contactos entre personas y a los
intercambios de cosas y palabras. En concreto,
el español se ha dicho muchas
veces- es un idioma de viajeros y emigrantes,
forjado y extendido por gentes andarinas,
nómadas de buen grado o a la fuerza.
Y la lengua puede ser una excusa como
otra cualquiera, o mejor, para echarse
al camino, para emprender un viaje y disfrutarlo.
Eso es precisamente lo que propone el
Camino de la Lengua Castellana, un itinerario
de turismo cultural por varios de los
lugares que, entre los siglos X y XVII,
resultaron determinantes por un motivo
u otro en el origen, el desarrollo y el
primer lustre literario del español,
y que contribuyeron de manera destacada
a asentar sus cimientos como idioma de
cultura y de comunicación internacional.
La idea surgió a finales de 1997,
en el gobierno regional de La Rioja, a
raíz de la declaración por
la UNESCO de los monasterios de Suso y
Yuso, en San Millán, como Patrimonio
de la Humanidad por su papel en el nacimiento
del castellano escrito. Poco después
se iniciaron los contactos entre los responsables
políticos de varias ciudades y
comunidades autónomas para poner
en marcha esta iniciativa de promoción
turística basada en el atractivo
cultural e histórico de la lengua,
y se fijaron los hitos que compondrían
el recorrido.
Partiendo de San Millán, donde
se originaron algunas de las muestras
más tempranas de escritura en romance,
la ruta del Camino se dirige al monasterio
de Santo Domingo de Silos, en la provincia
de Burgos, otro de los principales centros
de producción escrita del castellano
incipiente. Después se encamina
a Valladolid, foco difusor del idioma,
en torno a cuya Corte se desarrolló
una intensa actividad cultural que dio
lugar a un modelo de lengua. El hito siguiente
es Salamanca, que dio al idioma rango
universitario y sustancia humanística,
y de cuyas imprentas salió la primera
gramática de una lengua europea,
la que Antonio de Nebrija le dedicó
al castellano. Tras pasar por Ávila,
donde Santa Teresa de Jesús y San
Juan de la Cruz desbordaron los límites
expresivos de la lengua, el Camino termina
en Alcalá de Henares, ciudad natal
de Miguel de Cervantes.
Para la gestión del proyecto,
en febrero del año 2000 los ayuntamientos
y las comunidades autónomas participantes
constituyeron, con el apoyo adicional
del Ministerio de Cultura, la Fundación
Camino de la Lengua Castellana; pronto
se obtuvo también el respaldo de
otro ministerio, el de economía,
a través de la Secretaría
General de Turismo; se inició la
difusión de la ruta (las agencias
de viajes Maravilla Travel y Ultramar
Express lo van a incluir entre sus ofertas
de paquetes turísticos); se organizaron
viajes promocionales para periodistas
extranjeros, en colaboración con
Turespaña; se creó una página
web,
se editaron guías y folletos...
Los responsables de la iniciativa pensaron
también en su extensión
internacional. De ahí que la Fundación
del Camino se propusiera enseguida establecer
vínculos con la América
hispanohablante (organiza ya en Salamanca
unos encuentros hispanoamericanos de poesía,
y el año pasado llevó a
México, al Museo Nacional de las
Culturas, una exposición sobre
su recorrido) y que trabajara para darle
una dimensión europea a la ruta,
vinculándola con las líneas
de difusión del judeoespañol
por varios países del continente,
fruto de la dispersión de los sefardíes
expulsados de España. Así,
el Camino español tendrá
una continuación por el Mediterráneo,
uniendo las ciudades de Tetuán,
Salónica, Sofía, Estambul
y Jerusalén, motivo por el cual
fue declarado por el Consejo de Europa,
el 25 de junio de 2002, Itinerario Cultural
Europeo.
Hasta aquí, se puede hablar de
un inteligente y bien ejecutado proyecto
de explotación económica
de ese recurso intangible y prestigioso
-aunque no siempre bien conocido ni respetado-
que es la lengua española. Una
iniciativa, además, basada en precisas
consideraciones mercadotécnicas
sobre la mejor forma de diseñar
un producto turístico-cultural
para suscitar su demanda en
el mercado (los promotores
de la idea no evitan este vocabulario),
y que sin duda debió de costar
no pocos esfuerzos poner en marcha. Tal
vez sólo quien sepa de las pejigueras
sin fin que comporta en España
la firma de un simple convenio entre un
ministerio y una comunidad autónoma,
podrá ponderar en su justa medida
el valor de este Camino como experiencia
de cooperación entre distintas
administraciones.
El Camino
alternativo
Ahora bien, ¿no era de esperar
que quisieran sumarse a la idea otros
pueblos y ciudades con títulos
suficientes para albergar esa pretensión?
¿No cabía prever que el
éxito de la iniciativa, el prestigio
que iba adquiriendo y -por qué
no- los beneficios económicos que
podía reportarles a los hitos de
la ruta, alentarían en otros gobiernos
locales y regionales el deseo de integrarse
en ella? En realidad, los promotores del
Camino sí lo habían previsto,
y frente a posibles discrepancias, habían
afinado el criterio justificador de su
itinerario: el de enlazar entre
sí aquellos lugares en los que
escritores e instituciones importantes
llevaron a cabo, entre los siglos X y
XVII, no antes ni después, una
destacada labor en pro del desarrollo,
consolidación y proyección
de la lengua y la literatura entonces
castellanas y después españolas.
Tal vez esto podía descartar a
Burgos, pero, aun así, ¿por
qué Toledo quedó fuera?
¿Y Sevilla o Madrid? El Camino
de la Lengua Castellana, escribía
en una ocasión uno de sus responsables,
pone en valor, subraya, resalta
y presenta seis
hitos de entre todos los posibles.
Todo ello no impidió que el 21
de julio del año pasado, en la
sexta edición del Día de
las Merindades, celebrado en Villarcayo,
el presidente de la asociación
de amigos de esa localidad burgalesa,
Francisco López Huidobro, afirmara
que la cuna de Castilla coincide
con el territorio del nacimiento de la
lengua castellana y que por ello
sería muy justo incluir en
el Camino de la Lengua localidades como
Valpuesta y Rioseco, ya que el estudio
de sus cartularios será cada vez
más fundamental para probar que
nuestra lengua nació aquí.
Unos meses después, el 10 de octubre,
el filólogo e historiador vallisoletano
Jorge María Ribero-Meneses anunció
que había impugnado
el Camino ante la UNESCO,
por considerar errónea la teoría
de que el castellano nació en La
Rioja. Para el investigador, que debió
de confundir la UNESCO con el Consejo
de Europa, el origen de la lengua reside
más bien en la cabecera del río
Ebro, en tierras de Cantabria, el norte
de Burgos y Palencia y el sur de Álava.
En apoyo de su tesis, Ribero-Meneses,
que tildó de aberración
al Camino de la Lengua Castellana, adujo
la existencia en esa zona de numerosos
testimonios escritos del castellano anteriores
a las famosas glosas de San Millán.
El filólogo también propuso
un trazado alternativo de la ruta, a su
juicio más fiel a los orígenes
de nuestra lengua. Su línea
principal uniría Santoña,
en Cantabria, con Toledo, y a ella se
incorporarían siete ramales procedentes
de otros tantos puntos clave del nacimiento
del idioma: Oviedo, Ardón (León),
Aguilar de Campoo (Palencia), Vitoria,
Santo Domingo de Silos (Burgos), Soria
y Nájera (La Rioja). Al parecer,
el itinierario -una auténtica red
de caminos, más que un trayecto
único- se complica con tres ramales
secundarios, que parten de Santo Toribio
de Liébana (Cantabria), San Millán
de la Cogolla y Espinosa de los Monteros
(Burgos). Otras localidades incluidas
en este complejo mapa serían, en
Burgos, las de Valpuesta, San Martín
de Herrán, Frías, Oña,
Briviesca, San Pedro de Arlanza, San Pedro
de Cardeña y Aranda de Duero; en
las provincias de León y Palencia,
Sahagún y Dueñas, además
de las capitales; El Burgo de Osma y San
Esteban de Gormaz, en Soria; y también
Valbuena de Duero, Valladolid, Tordesillas,
Toro, Salamanca, Ávila, Segovia
y Alcalá de Henares...
Una propuesta con el atractivo y la virtud
innegables de dar cabida a muchos parajes
y territorios que probablemente desempeñaron
un papel esencial en la configuración
y la temprana pujanza del romance castellano.
Pero también con un pequeño
inconveniente, y es que, de querer llevarse
a la práctica, resultaría
inviable, o al menos mucho más
difícil de gestionar y explotar
turísticamente que el Camino oficial,
debido a su extensión y sus ramificaciones
y al mayor número de ayuntamientos
y comunidades autónomas implicadas.
Pero esta objeción no iba a poder
ofrecer mucha resistencia ante el potencial
intrínseco de la alternativa, ante
su fuerza fabulosa (y un punto demagógica):
como la ruta planteada dibuja un mapa
muy amplio, se multiplican sus posibilidades
de captar adhesiones fáciles y
entusiastas en pueblos y comarcas tal
vez despechados por su ausencia del proyecto
inicial. Pueblos y comarcas -y sus políticos-
razonablemente deseosos de ver reconocida
su participación en la gestación
de la lengua, y también de beneficiarse
de los réditos económicos
que de ello se pudieran derivar. Quien
expresara con rotundidad ese reconocimiento,
quien lo sustentara con datos y argumentos
y exigiera a las autoridades su aceptación,
¿no encontraría un eco inmediato,
un apoyo incondicional y hasta ferviente
en los lugares afectados?
Eso es lo que empezó a suceder
con la tesis de Ribero-Meneses. De nada
sirvió que el lingüista riojano
Claudio García Turza saliera al
paso de sus declaraciones, asegurando
que la producción glosística
riojana no admite parangón con
[la de] otras regiones y recordando
que, en realidad, desde un punto de vista
científico, las lenguas no
nacen en ninguna parte. La propuesta
de aquél pronto empezó a
encontrar eco en medios locales. El 5
de diciembre, un noticiero electrónico
de San Esteban de Gormaz (Soria) titulaba:
Proponen que San Esteban sea incluida
en el Camino de la Lengua. Días
más tarde, el presidente del patronato
soriano de turismo y alcalde de El Burgo
de Osma, Antonio Pardo, prometía
apoyar el trazado alternativo del Camino,
por incluir a Soria en una iniciativa
en la que siempre hemos considerado que
teníamos que estar, como así
lo solicitamos en numerosas ocasiones
a la Fundación. En ese mismo
acto, Ribero-Meneses había regalado
los oídos de los políticos
locales sorianos con una conferencia en
la que afirmó que Soria es
una de las provincias [...] que ha jugado
un papel fundamental (sic) en la configuración
de la lengua, sobre todo en las poblaciones
de la Ribera del Duero como El Burgo de
Osma y San Esteban de Gormaz.
Después, ya en el pasado mes de
enero, la polémica alcanzó
tierras burgalesas: tres ayuntamientos
del norte de la provincia, los de Frías,
Oña y Valle de Tobalina, reclamaron
que se reconociera que el castellano nació
en el alto Ebro y se adhirieron al Camino
de la Lengua de Ribero-Meneses mediante
acuerdos aprobados en los correspondientes
plenos municipales. El ayuntamiento de
Frías, además de pedir apoyo
a la Junta de Castilla y León,
aseguró que en la comarca existió
un uso generalizado y documentado
de nuestra lengua muy anterior al pretendido
nacimiento del castellano en La Rioja.
Por su parte, los concejales de Oña
reivindicaron el reconocimiento
oficial de que el nacimiento de la lengua
castellana se establezca y mantenga en
la propia y actual Castilla, para
lo que demandó el respaldo, no
ya de las autoridades regionales, sino
de los organismos nacionales e internacionales
competentes.
¿Y quién es este Jorge
María Ribero-Meneses que de tal
manera ha conseguido encender algunos
ánimos? Un historiador que sostiene,
entre otras teorías, la de Los
orígenes ibéricos de la
Humanidad (título de uno
de sus ¡más de 80 libros!);
la tesis de que el castellano es autóctono
de la Península Ibérica,
y no una evolución del latín;
o la idea de que el eusquera es la
lengua más antigua y más
importante del mundo y constituye
el sustrato lingüístico europeo.
Pero, al margen del perfil del impugnador,
el caso es que su intervención
ha conseguido convocar en torno al Camino
de la Lengua el fantasma de los agravios
comparativos, las pulsiones localistas
y la tendencia a la mixtificación
pseudocientífica, todo ello revuelto
con otros ingredientes más puros,
como el amor a la lengua, el cariño
por la tierra natal y la búsqueda
de la verdad histórica, y también
con legítimos intereses materiales,
con comprensibles expectativas de beneficios
económicos fundadas en un bien
compartido, como es el español.
Pero hay que entender que el Camino (que
no tiene previsto por el momento ampliar
su itinerario, aunque sí integrará,
en calidad de puntos de interés,
a varias localidades cercanas a sus seis
hitos principales) no es sino una iniciativa
de promoción turística conjunta
de varias administraciones públicas,
y como tal, una convención: la
única razón concreta de
que pase por los sitios por donde pasa
más allá de sus atractivos
y de sus méritos en
la historia de la lengua-, es la de que
fueron sus autoridades, y no las de otros
pueblos o regiones, las que se pusieron
de acuerdo para practicar este brillante
ejercicio de fomento del turismo cultural
y de interior.
Lengua y camino
van bien juntos
Dejando de lado estas cuestiones, puede
decirse que el solo hecho de unir la idea
del camino con la de la lengua confiere
una fascinación particular al proyecto
del que venimos hablando. Porque lengua
y camino van bien juntos, tienen un maridaje
fácil y fértil, son realidades
con una densidad semántica y una
potencia metáforica propias que
unidas se refuerzan, engendrando nuevas
sugestiones y correspondencias. Los caminos
son, para empezar, vías de comunicación,
igual que las lenguas, y también
lugares propicios al intercambio, al encuentro
y el trato con personas de otras tierras,
y por ello espacios favorables al trasiego
de palabras, al enriquecimiento y la mezcla
lingüística.
Hablar, leer y escribir, por otra parte,
son como caminar, se avanza paso a paso
de la misma manera que se pone letra tras
letra y que a una palabra le sigue otra
palabra; si en el camino hay encrucijadas,
atajos y bifurcaciones, o se desdibujan
a veces la huella y los márgenes
de la pista, tampoco cuando se habla o
se escribe se siguen siempre las sendas
marcadas; y echarse en un veril a la sombra
de un olmo, interrumpiendo la andadura,
vendría a ser como el silencio,
como dejar pasar el ángel que visita
de improviso la conversación o
levantar la mirada de la página
para degustar, como un eco callado, las
palabras recién leídas...
Están también los caminantes
que pasean hablando y hacen camino al
hablar (la charla en movimiento, oxigenada,
no puede ser igual que la de gabinete),
y ya se sabe que nuestra mejor novela
es precisamente eso, una larga ruta dialogada
o un coloquio vivo y en marcha: las voces
de don Quijote y Sancho hechas uno con
el silencio y la soledad del campo -que
es donde mejor suena y resuena una lengua-
o mezcladas con las de los demás,
en el bullicio de las ventas y los mesones
del camino.
Quizá no en vano esto es así,
porque si lengua y camino, en general,
casan bien, su correspondencia resulta
aún más apropiada en el
caso del español, que es una lengua
de caminantes, hecha y extendida por gentes
que no se estaban quietas, viajeros y
emigrantes, exploradores y colonos, peregrinos
y arrieros, corredores de comercio y pastores
trashumantes, refugiados y transterrados,
fugitivos de mil exilios y persecuciones.
Esto sucede también hoy, cuando
los emigrantes son -como ha señalado
alguna vez Carlos Fuentes- el agente
más eficaz, más numeroso
y más vivo de la lengua y
la cultura en español, un idioma
que no sólo viaja en la cabeza
de sus pensadores y poetas, también
viaja en los pies y las manos de sus trabajadores.
En un catálogo completo de los
posibles motivos para viajar, para lanzarse
al camino, no podría faltar la
lengua. Entre los casos más obvios
estarían los viajes al extranjero
para estudiar otro idioma y las encuestas
itinerantes de los dialéctologos
(recuérdese a ese gran caminante
del español que fue don Manuel
Alvar). Y si la ruta escogida recorre
algunos de los parajes más significativos
en el nacimiento y la expansión
inicial del castellano, como hace el Camino
de la Lengua, mejor que mejor. En ella
encontrará el viajero, además
de pueblos y ciudades de gran belleza,
una ocasión inmejorable para detenerse
a considerar cómo un tosco y equívoco
romance fronterizo, de guerreros, pastores
y comerciantes, llegó a convertise
circulando por nuevas sendas y tras
muchas idas y venidas- en la lengua de
comunicación de millones de personas.
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