Decía Carmen
Martín Gaite que uno cuenta lo
que ha vivido, lo que ha visto, lo que
ha soñado o lo que le han contado.
De todas esas fuentes (o casi) se nutre
el cuento de esta crónica, un cuento
que es un recuento, a ritmo de cumbia,
de los principales sucesos relacionados
con el español el pasado mes de
octubre. A ritmo de cumbia (uno-dos-uno,
dos-uno-dos),
con sabor a melcocha de vapor y un marcado
acento colombiano..., luego se verá
por qué.
El día 15 se reunió en
Madrid el patronato del Instituto Cervantes,
presidido por el rey Juan Carlos, para
inaugurar el nuevo curso académico.
En los discursos de rigor, se insistió
de forma llamativa en la importancia de
reforzar la presencia del español
en Europa, objetivo principal para los
próximos doce meses. Jon Juaristi,
director del Instituto, explicó
que el español debe prepararse
para ocupar en esta Europa ampliada y
multilingüe el lugar que le corresponde,
porque es una de las escasas lenguas de
nuestro continente que goza de auténtica
difusión internacional [1],
y anunció la próxima apertura
de nuevos centros en Berlín y Lyon,
y más adelante en Budapest y Estocolmo,
además de Aulas Cervantes en Bratislava
y Liubliana. Después, el rey Juan
Carlos formuló un objetivo ambicioso,
de más que improbable consecución,
cuando propuso lograr que el español
ocupe en Europa, y en las instituciones
comunitarias, el rango que le corresponde
como gran lengua de comunicación
internacional [2].
Curiosamente, el presidente Aznar no
le entró a ese trapo europeo en
su discurso. Que, por otra parte, hay
que reconocer que no estuvo del todo mal,
porque a pesar de algunas afirmaciones
difícilmente defendibles (tener
un idioma común [a uno y otro lado
del Atlántico] nos obliga
también a definir y alentar objetivos
y capacidades comunes, la cursiva
es mía), reconoció responsabilidades
ligadas a la enseñanza del español
en el extranjero que no suelen mencionarse:
El porvenir de nuestro idioma obliga
también a mejorar el insuficiente
nivel actual de la educación...
Podemos trabajar por la expansión
de nuestro idioma en el mundo, pero sería
inútil emprenderlo sin evitar que
los mismos españoles más
jóvenes comprendan mal lo que leen,
o sufran dificultades a la hora de escribir.
Otra cosa es que pueda interpretarse esta
afirmación en el contexto político
de la reciente (y polémica) aprobación
en España de la nueva Ley de Calidad
de la Enseñanza.
Cuando entré en el sitio web del
Instituto buscando más información
sobre la reunión del patronato,
me llevé una sorpresa, porque hacía
ya algunas semanas que no lo consultaba:
lo encontré completamente remozado,
con una presentación más
limpia y moderna y una nueva estructura,
más clara y también más
adecuada para mostrar de forma destacada
los contenidos novedosos. Sin duda, una
mejora sustancial respecto a la versión
anterior del sitio, cuya sección
de novedades, por cierto, llevaba muchos
meses sin actualizarse. Una sola inquietud
me quedó: la de la posible confusión
de quienes lo visiten sobre el propósito
de este web institucional, y sobre sus
contenidos y servicios, en relación
con los del Centro Virtual Cervantes [3].
Mientras en Madrid se inauguraba el curso
académico del Cervantes, este cronista
participaba en Varsovia, por motivos de
trabajo, en una reunión internacional
de varios días. Y de allí
se trajo la sorpresa de comprobar que
muchos de los asistentes hablaban español,
incluidos algunos de los que, en principio,
menos cabría esperarlo: el representante
islandés, además del brasileño;
el delegado francés, pero también
la finlandesa; un inglés y dos
belgas, un suizo, un holandés y
casi todos los estadounidenses. Por no
mencionar al colega esloveno, que aseguraba
tener el propósito de empezar a
estudiar español muy pronto, y
a la sudafricana, a quien le parecía
un idioma muy sensual... No es raro encontrar
en los medios referencias al creciente
interés por el español en
todo el mundo, pero cuando tiene uno muestras
tan evidentes del fenómeno, no
dejan de sorprenderle. Eso sí,
la reunión de Varsovia transcurrió
en inglés, sin concesiones, y el
español, como el francés,
quedó relegado a los almuerzos
y los pasillos. En fin, nada nuevo.
Antes, a principios de mes, había
tenido lugar en la República Dominicana
la reunión anual de ministros de
cultura de los países iberoamericanos,
que acordaron, entre otras cosas, recomendar
a los gobiernos respectivos que apoyen
la actuación de las Academias de
la Lengua Española en su actividad
nacional, y de modo especial en el ámbito
hispanoamericano; e igualmente que respalden
la actuación de las Academias de
las lenguas indígenas [4].
Otra recomendación con que se regalaron
a sí mismos fue la de invitar a
las academias del portugués y de
las lenguas indígenas a la Conferencia
Iberoamericana de Cultura del año
próximo, pero el texto de las conclusiones
no especifica para qué.
Volviendo a España, el día
16 se le concedió a José
Álvarez Junco el Premio Nacional
de Ensayo de este año por su libro
Mater
dolorosa: la idea de España en
el siglo XIX, en cuyo prólogo
declara: Tampoco voy a negar que
me identifico con la cultura en la que
nací y me criaron, que me gusta,
por ejemplo, mi lengua, que procuro cuidarla
y haría lo que pudiera por prolongar
su vida si un día la viera en peligro
[5].
Unos días después, ya en
noviembre, Juan Francisco Fuentes recordaba
en El
Cultural que Sabino Arana se refirió
en una ocasión al castellano, para
denigrarlo, como el idioma del liberalismo.
El historiador opinaba que este es el
cumplido más hermoso que se le
ha hecho a nuestra lengua [6].
A mí esa expresión de Arana
me trajo a la memoria, por curioso contraste,
la que empleó hace unos años
Arzallus, el presidente del Partido Nacionalista
Vasco, para abrir un discurso en algún
pueblo de Euskadi: Os hablaré
en la lengua de Franco, dijo, para
que podáis entenderme. Glosar
esta frase como sería preciso,
atendidendo a sus múltiples implicaciones
e intentando desmontar el complejo entramado
de falsedad, desprecio y demagogia que
contiene, sería tarea larga y difícil,
desde luego no para acometida en esta
humilde crónica, que además
de quererse concisa se sabe incompetente
para vuelos tan altos.
Octubre con
acento colombiano
Pero ninguna de estas noticias del mes
pasado puede compararse en importancia,
por lo que se refiere al español,
con el que sin duda es el gran acontecimiento
del idioma desde hace unas semanas: la
publicación, el día 10,
de Vivir
para contarla, el primer tomo de
las memorias de Gabriel García
Márquez. Gracias a ese libro magnífico,
octubre ha tenido un marcado acento colombiano
para los muchos hispanohablantes de fuera
de Colombia que, nada más aparecer
en las librerías, nos apresuramos
a zambullirnos en sus páginas.
En ellas nos esperaba, como descubrimos
enseguida, un verdadero festival
del lenguaje, la gran cumbiamba del idioma,
el parrandón de las frases, el
paraíso terrenal de los dicharacheros,
como ha escrito el periodista colombiano
Juan Gossaín en un precioso artículo
sobre el libro [7].
Y el placer de internarse en ese cuento
que con más de quinientas páginas
se hace corto, ha estado inseparablamente
unido a otro placer: el de saborear las
palabras y expresiones desconocidas para
después escudriñar su significado.
Porque con esta nueva obra, García
Márquez nos ha puesto de nuevo,
a muchos amantes de la lengua y degustadores
de su escritura, a rebuscar en el diccionario,
a hacer que eche humo el inevitable Google,
a consultar por correo electrónico
a los amigos colombianos... Precisamente
el artículo de Gossaín se
propone lanzar el anzuelo en la
torrentera de esa catarata amazónica
que es la prosa del maestro, para pescar
algunas de sus claves secretas,
guiños verbales, códigos
cifrados, y de sus redes va sacando,
para mostrárnoslas y ponderarlas,
joyas como botamen
(p. 35), lampazo
(36), conduerma
(189), famina
(194) y averío
(213).
En el diccionario de la Real Academia
también puede haber capturas provechosas
para quienes tengan la paciencia necesaria:
chaperona
(86), calillas
(91), totuma
(100), cachucha
(108), biche
(125), embolatado
(186)... Y tumbaburros
(74), que significa diccionario,
aunque Gossaín dice no haberlo
encontrado en él, tal vez por no
haber consultado su última edición,
a la que se incorporó por primera
vez junto con otros miles de americanismos.
Por cierto, el periodista afirma que tumbaburros
es un costeñismo colombiano, pero
la Academia lo describe como mexicanismo
y, si de algo vale el dato, este cronista
tiene testimonios de uso del término
en Málaga, hace sesenta años
(la Málaga española, no
la del departamento de Santander, en Colombia),
para referirse a todo libro especialmente
voluminoso.
Pero el tumbaburros académico
no define otros términos que emplea
Gabo, y que sólo por eso no debería
excluir de su próxima versión,
así que deja sin respuesta algunas
de las preguntas del lector curioso. ¿Qué
significará racamandaca
(457)?, ¿qué será
sobreponerse a la jiba
(274) o pasar por un cedal
(496)?, ¿a qué sabrán
las papas
nevadas (240) y cómo sonarán
las canciones de la guacherna
(116) que traían de sus viajes
los acordeoneros guatacucos
(213)? [8]
Música de acordeón, de
tamboras y bombardinos, música
de tiples y redoblantes, de congas y guacharacas...
y de voces de inconfundible sabor colombiano,
acompañadas también de guitarras
eléctricas. Esta ha sido la música
de mis últimas semanas, mientras
recorría la Colombia de Vivir
para contarla, por los pueblos
de la Provincia, en el silencio respirable
como el mismo aire de la costa caribe
y bajo las tristes lloviznas de Bogotá,
Magdalena arriba y Chocó adentro:
la música de Juanes (que terminando
octubre declaró en Madrid Amo
el español y la sonoridad de sus
palabras; no me planteo, por el momento,
grabar en inglés) y la música
de Cabas, el Lenny Kravitz de Barranquilla,
que reinterpreta con fidelidad irreverente
(¡esas descargas guitarreras!) la
puya y el chandé, el porro aporreao
y el porro tapao, el raspón, el
fandango y el bullerengue.
Y la cumbia, claro. El ritmo de cumbia
con el que empezó este recuento
de octubre (uno-dos-uno,
dos-uno-dos)
y que ahora va a ponerle punto final,
con la voz de Cabas y los versos del maestro
Lucho Bermúdez: Colombia,
te quiero, te adoro, te siento: Colombia,
tierra querida.
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