Cuaderno de lengua: crónicas personales del idioma español

n.º 10, 2 de septiembre de 2002. Majadahonda (Madrid)

Una lengua simpática

(tertulia sobre la imagen del español)


Victoriano Colodrón Denis
 
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- El español es una lengua de pobres –le oí decir a don Antonio en la tertulia de Lantigua una tarde de la semana pasada-, y en eso reside su gran atractivo internacional. ¿Por qué? Pues porque a los países ricos la pobreza les enternece y les parece simpática, y los países que no lo son tal vez sientan cierta fraternidad hacia este idioma de tantos pueblos humildes.

La tertulia de Lantigua, en mi ciudad, se precia de ser entendida en cosas de lengua. Al parecer, don Antonio, catedrático de bachillerato jubilado, aprovecha cualquier ocasión para opinar acerca de hiatos y tildes, neologismos, lenguas en contacto o español neutro; ninguno de los demás contertulios deja de darle la réplica; y siempre hay un buen par de puntos de controversia que animan la charla. En las tardes de agosto, a la hora en que los niños siguen en las piscinas o montando en bicicleta y todavía no hay nadie tomando las cervezas y los helados de antes de la cena, la terraza de Lantigua ofrece esa calidad especial de silencio que propicia una buena conversación.

- Sí, el español es una lengua de pobres, y por eso cae bien en todo el mundo –remachó don Antonio, categórico.

Dos o tres licenciados en filología, ninguno de ellos practicante (trabajan en banca, informática, cosas por el estilo); algún empresario y varios funcionarios municipales y del Estado; una socióloga y un jardinero, un bibliotecario y una traductora. Todos ellos más o menos aficionados a la lectura y a los viajes. Gente así compone la tertulia de Lantigua, que es una tertulia bienhumorada, con cierta propensión a la referencia precisa y a la mixtificación inocente, al dato erudito y a la divagación vaporosa, con tendencia a las pullas por nimiedades y una decidida pulsión narrativa, porque todo lo que allí se dice trae origen de un cuento y acaba por desembocar en otro cuento. La tarde de la semana pasada en que me sumé a ella, invitado por uno de sus asiduos, la tertulia se encontraba reducida a su mínima expresión por las vacaciones de verano, pero aun así ofreció –o eso me parece a mí- material suficiente para esta crónica.

- Yo no creo que ésa sea la causa de que cada vez haya más gente en todo el mundo que estudia el español como segunda o tercera lengua –intervino Arturo, becario de la biblioteca pública local. Para decirlo, tuvo que dejar a medias el movimiento de llevarse a la boca la jarra de cerveza: decidió posponer el trago por un momento y no dejar sin réplica la salida de don Antonio-. Será, más bien, que la consideran una lengua útil. La estudian por razones prácticas, porque es importante para sus carreras profesionales, un mérito valioso que añadir al currículum.

- No se puede simplificar –terció Miguel Ángel, que ha vivido varios años en El Salvador y en Colombia-. Habrá quien estudie español atraído por la cultura de los países hispanohablantes, quien lo necesite para ascender en su empresa y quien sólo pretenda comunicarse mejor con los lugareños de la playa donde pasa sus vacaciones, ya sea en el Caribe o en el Mediterráneo. Así que lo que hay son muchas causas posibles, y es muy probable que en cada caso todas estén mezcladas en dosis distintas, sin que falte nunca al menos un poco de cada una de ellas. Además, hablar sobre esto es una vaina bien complicada, me refiero a esto de la imagen de algo tan... etéreo como es una lengua, que tiene unos contornos y una consistencia tan imprecisos.

El silencio que siguió a estas palabras, aunque unánime y denso, no duró mucho. “Aquí tienen”, anunció un camarero, y empezó a traspasar a la mesa, con un trabajoso esfuerzo de equilibrio, el contenido de su redonda bandeja de latón: cervezas y cafés con hielo, sobre todo. Don Antonio aprovechó para pedirle un té con un chorrito de ron: “A ver si así se me quita este destemple”, explicó para pasmo general, ya que sólo el toldo de la terraza protegía a los clientes de Lantigua de los rayos del sol, y el termómetro de la farmacia de enfrente marcaba 34 grados. Enseguida Marina, la traductora, retomó la charla.

- Miguel Ángel tiene razón –dijo-. No entiendo por qué habláis de “la imagen” del español, cuando cada persona tendrá la suya, producto de sus circunstancias, de su situación y de sus experiencias y expectativas en relación con el español y con otras lenguas, la materna para empezar. No puede pensar lo mismo un ejecutivo francés al que van a poner al frente de la filial de su empresa en Colombia que, no sé, el trabajador rumano en España o el joven japonés del que hablaba hace unos días el periódico, que estudiaba español para colaborar en los servicios de asistencia social de su país para emigrantes latinoamericanos. Y puestos a generalizar, de todas formas habría que distinguir las diferentes imágenes de la lengua en distintos países: ¿no será distinta en Estados Unidos que en Dinamarca, Marruecos o Australia?

- O sea, que es imposible hablar del tema, quieres decir –David tomó la palabra con ímpetu, como si tuviera muy claro lo que quería decir y quisiera dejarlo igual de claro. Los demás ya estaban acostumbrados a cierta vehemencia muy propia de su forma de hablar-. Por ese camino no vamos a llegar muy lejos, perdona que te diga. De lo que no me cabe duda es de que la imagen de una lengua se debe sobre todo a la de los países en los que se habla. Y yo reniego de la que dan los países hispanos, que se mueve entre lo patético y lo delirante: corrupción y terremotos, hambrunas y machismo, asesinatos políticos y mucho fútbol, miseria y delito en su más amplia gama de formas, modalidades y grados. Y eso por no mencionar...

- Espera, espera... –don Antonio quiso frenar aquel torrente desbordado...

- ...un momento, Antonio: por no mencionar el espectáculo deprimente de unos gobiernos que no se preocupan de disimular su excesiva atención a las opiniones y sugerencias de los embajadores de Estados Unidos en sus países; por no mencionar los aún más deprimentes índices de desigualdad social más altos del mundo; y por no mencionar..., no sé, por ejemplo la retórica y la gestualidad sencillamente increíbles de Chávez, sólo igualadas por su demagogia (que no digo que no vaya acompañada de algunas buenas intenciones), o la contumaz tiranía de Castro, siempre tan pintoresco él en sus agarrotadas maneras dictatoriales. Pero no me olvido de España, reducida a la triste condición –ahora en agosto se ve bien- de inmenso “parque temático” (utilizo adrede esta expresión odiosa) para disfrute de turistas... ¿La imagen del idioma no tendrá mucho que ver con todo esto?

Mientras David hablaba, me fijé en que la pareja que ocupaba la mesa vecina no se perdía ni una de sus palabras. Cuando calló, me quedé pensando, más que en lo que acababa de decir -que para mí estaba lleno de tópicos pero también de verdades-, en cómo reaccionarían los demás ante sus palabras.

- David exagera, como siempre, y como siempre, lo hace con cierta gracia y... facundia muy propias de él –Bruno fue el que rompió el silencio, me pareció que con el ánimo de reconducir la conversación-. Pero de lo que ha dicho me quedo con una cosa, y es que ha mencionado muchos aspectos distintos que pueden influir en la percepción del español. Yo también pienso que la imagen de una lengua se compone necesariamente de muchos ingredientes, de múltiples rasgos y matices. Lo que pasa es que algunos de ellos son dominantes sobre los otros. Para mí, en la imagen del español el componente dominante es el de la simpatía; el español es una lengua fundamentalmente simpática. Por qué cae simpática, no lo sé. Tal vez por ser una lengua de pobres, como dice Antonio” (y aquí don Antonio cabeceó, asintiendo, al tiempo que musitaba: “Seguro”), “o quizá porque se la perciba como una lengua cálida, que hablan unas gentes llenas de vitalidad y de alegría de vivir”.

- ¿Cálida? –saltó Arturo-. Querrás decir caliente, el matiz no es despreciable. No sé si estaréis de acuerdo, pero yo creo que en la categoría de lo caliente caben muchas de las formas en que lo hispano le llega al mundo a través de los medios de comunicación: desde la música ñoña de Julio Iglesias o la música potente de Los Van Van hasta las guerrillas selváticas; desde el gusto por el color y la fiesta hasta los volcanes en erupción; desde los golpes de estado hasta los culebrones y las playas caribeñas... No me extraña que el título de un reciente libro sobre la imagen de España sea precisamente Sol y sangre. Habría que añadir sudor, sexo, sueño, siesta, sensualidad, sangría...

En una conversación no falta nunca quien convoque con sus palabras a interlocutores ausentes, exponiendo sus ideas, recordando las cosas que contaban o las anécdotas que protagonizaron. Así lo hizo entonces Marina: “Me acuerdo de lo que se propuso el Marqués de Tamarón cuando dirigió el Instituto Cervantes”, evocó. “Algo así como enfriar la lengua española. Para ello, dijo que iba a intentar compensar su imagen tópica de lengua dionisíaca y de excesos, de pasión y fantasía, con la difusión de su lado lógico y apolíneo, que la hace también propicia para el razonamiento, el discurso analítico y la claridad. Hacer ver que el español también es lengua de logos y no sólo de pathos. Por eso”, continuó Marina, “cuando empezó a funcionar el Centro Virtual Cervantes, no me sorprendió que algunas de las primeras imágenes que publicó fueran galerías fotográficas de los jardines de La Granja o de una colección de relojes artesanales del siglo XVIII: es decir, frutos de la Ilustración, símbolos de lo frío y lo racional”.

Bruno abundó entonces en lo que se venía diciendo, al citar unas declaraciones recientes de Caetano Veloso, quien había afirmado que “el portugués es más cool que el español”. Por supuesto, había utilizado el término en su sentido figurado, pero ¿no daba a entender también que, aunque el portugués fuera un poco warm, no lo era tanto como el español, que incluso podía considerarse que llegaba a ser más bien... hot? Todo esto debió de darnos a todos mucha sed, porque nos apresuramos a llamar de nuevo al camarero. Mientras bebíamos, oí que algunos de los contertulios comentaban lo que me pareció que eran planes para recorrer, a finales de septiembre, la ruta del Quijote.

- Volviendo a lo de antes, a lo de la simpatía del español –hablaba Arturo, el bibliotecario-, recuerdo haber leído hace tiempo un artículo interesante de una hispanista eslovaca, Lenghadtova. Decía que en los países centroeuropeos se percibe el mundo hispanohablante como una región donde los valores humanos todavía no han sucumbido a la supremacía de los criterios de la competencia, de la fuerza del mercado, del consumo. Y que al ser una lengua de muchos países, pero de ninguna superpotencia, no provoca la sensación de ser algo impuesto, como puede ocurrir con el inglés y otros idiomas, y no suscita rechazo, sino atracción.

- Humanidad y humildad, suena bien... –don Antonio parecía estar pensando en voz alta-. Una lengua humilde y modesta a pesar de su historia y de su extensión actual. Como decía Manuel Vicent: “No sé si el castellano, entre todas las lenguas del mundo, es la más propicia para formular la resignación ante el infortunio”. Humildad, resignación, humillación... ¿Será por eso por lo que siempre he tenido la manía de pensar que la palabra humilladero es una palabra que dice mucho del español, una palabra en la que parece concretarse algo del espíritu de esta lengua?

- Sí, seguro –irrumpió David-. Anda, déjate de espíritus y quimeras por el estilo y vete a contarles ese cuento a los indígenas americanos que están perdiendo sus lenguas ante el empuje del poderoso español...

Hubo intercambio de mandobles verbales, se levantó un poco la voz, la conversación se fragmentó en dos o tres charlas cruzadas. Todo ello mientras los comercios abiertos esa tarde de agosto, más bien pocos, empezaban a echar el cierre, y la calle se iba llenando de paseantes desocupados, algunos de los cuales escogían la terraza de Lantigua para hacer un alto en su camino. Miguel Ángel aprovechó una pausa en el guirigay que había desencadenado la última intervención de David para aportar un dato insuperable.

- Bueno, sí, simpática y caliente y humilde y todo lo que queráis –dijo-, pero sobre todo romántica, muy romántica, una auténtica lengua de la pasión. ¿Cómo se pueden seguir pensando y diciendo este tipo de cosas? Pero escuchad lo que leí en una revista de Estados Unidos sobre libros en español dirigida a libreros y bibliotecarios de ese país. Atención, porque es una auténtica perla: la directora de la revista hablaba del idioma de los hispanos llamándolo... ¡“their quixotically romantic language”!

 
 
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